...and I ain't got nobody.
Debo confesar algo. Soy de esos que han hecho su propio bootleg de SMiLE, el disco "perdido" de Brian Wilson. Puede que no signifique nada para algunos, pero para el buen entendedor, es un síntoma elocuente de... no sé, de lo que sea que tengo yo. Les cuento.
Brian Wilson, ese regordete genio californiano, para muchos destructor del surf, barroco hacedor de pop, compositor implacable y creador de las armonías vocales más distintivas de la América sixties, tomó demasiado LSD y en 1967 su cerebro quedó frito. Loco. Mal. Peor. Y nunca pudo terminar su obra maestra, su suite de los cuatro elementos, el disco que iba a superar a Pet Sounds y a todo álbum de la época y de la historia: SMiLE. De entre todos los títulos posibles, SMiLE. Algunas canciones del disco comenzaron a aparecer en discos subsecuentes de sus Beach Boys (sin él) y algunos discos piratas comenzaron a surgir de la nada, con grabaciones de estudio de las sesiones. ¿Voy bien?
Bueno. Hay trainspotters, coleccionistas de estampillas, de mariposas, de billetes. Y a mi me dio, hace unos años, por coleccionar SMiLE. Loco. Enfermo. Do You Like Worms? y Wind Chimes y Heroes and Villains en varias versiones y Surf's Up que es y será siempre mi favorita y Good Vibrations con variaciones en la letra y Cabinessence y Vega-Tables y Child is the Father of the Man y Wonderful (one-won-wonderful) y You Are My Sunshine y She's Goin' Bald que luego salió en Smiley Smile y...
Lo particular es que todo ese mundo tenía sentido. Quien coleccione cosas debe saberlo. Como ese sujeto que colecciona bottle-caps, corcholatas de todo el mundo. Puedes decir que es una pérdida de tiempo, de dinero. Pero, hey, lo vale. Yo lo sé.
Hoy, Another Saturday Night, estoy, de nuevo, sólo en casa con Sam Cooke. Es buena compañía. Sam Cooke sonando en el tocadiscos, girando a 33 1/3 revoluciones por minuto. Sin mejor cosa que hacer que ponerme a revolver en mi colección para armar una playlist que dure hasta la mañana. Tengo una botella de vino, un ventilador, una microwave dinner y mis discos. Y buscando, encontré. Encontré tres cintas, todas etiquetadas con la palabra SMiLE, todas con distintas versiones de lo que pudo haber sido SMiLE. Un disco perdido encontrado a mi manera, arbitrario, adaptado por mi para tener sentido. Un pasatiempo, tal vez, que olvidé por algunos años y que hoy, Another Saturday Night, recupero.
SMiLE, en versión oficial, fue lanzado en 2004. El fin, de cierto modo, de las especulaciones, los bootlegs, las controversias. Brian Wilson y su hijo pródigo. Y, claro, tengo el disco. Lo sé de memoria. ¿Y mis bootlegs, mis propias versiones? Desde entonces, empolvándose. No más.
Estas cintas son algo más. Son un momento autobiográfico. Una instamatic de esos momentos, el recuerdo de la casa llena de cajas de aquella chica a la que yo quería, de veranos bastante felices, de descubrimiento, de los primeros catálogos de discos. La época en que las cosas aún podían ser impresionantes y teníamos permiso de asombrarnos. ¿Verdad que aunque no estabas al tanto de SMiLE en realidad tiene sentido? Sí, lo admito, es algo demasiado anorak, no-normal. Pero tiene sentido.
Es como lo que decía John Cusack discutiendo Alta fidelidad. Hay momentos en que las canciones hacen que el dolor tenga una trascendencia. Supongo que tiene razón.
sábado, 23 de mayo de 2009
martes, 19 de mayo de 2009
9. Tea and Sympathy.
El Unabridged siempre ha sido un tipo raro, más raro incluso que todos nosotros. Más que todos.
¿Por qué digo eso? Porque si lo conocieran... Es un sujeto culto, eso sí. Ha sabido utilizar el tiempo libre del que dispone en consumir música, televisión y videojuegos, aunque no necesariamente en ese orden. Y tiempo le sobra. Vamos, que es el desempleado más desempleado que conozco, pero que aún así se sale con la suya.
A veces me recuerda un poco a Kyle Gass en The Pick of Destiny, la pelí de los Tenacious D que, la verdad sea dicha, es para partirse de risa. El tipo recibe un cheque mes a mes y miente diciendo que son regalías de una canción que escribió. En realidad, era un cheque que sus padres le enviaban para que pagara la renta, mientras él -calvo, gordo y viejo- aún seguía intentando ser una estrella del rock and roll.
Bueno, el Unabridged ni es calvo (lejos de serlo) ni gordo (aunque cada vez se acerca más a serlo) y tampoco puede considerársele un viejo, aunque es unos tres años mayor que yo. Pero igual recibe ayuda paterna para la renta y en lo demás quién sabe cómo hace, pero se da unos lujos tremendos. Siempre tiene té (buen té) para sus invitados, videojuegos nuevos, libros que se encuentra quién sabe donde (pero que siempre tienen pinta de nuevos) y cuando salimos paga sus cervezas y vaya que sabe empinar el codo. Eso sí, brindar es pecado para él. Y eso que ha visto Withnail and I.
A veces, hace un par de años quizá, pasaba prácticamente los fines de semana, enteros, en su apartamento. Veíamos películas (estrictamente cult, ortodoxamente camp), escuchábamos discos sentados en el suelo y bebíamos té. O cerveza, una tras otra. A veces iba yo solo, a veces iba con Quant, a veces estaba allí una amiga suya que nunca me cayó bien por siempre querer hacerse la interesante y a veces cabía toda una fiesta de veinte-o-veinticinco personas en el pequeño apartamento de sala, cocina y habitación realmente pequeña. Buenos tiempos.
Hay buenas anécdotas con el Unabridged. Como aquellas borracheras épicas en las que yo terminaba dormido en su sofá, el más incómodo del planeta, pero él terminaba dormido en la regadera, con el agua corriendo. O cuando se disfrazó como una prostituta y le quedó muy convincente. O cuando descubrimos en un basurero una caja llena de discos de vinilo que luego repartimos entre los dos, sin dejar de pelear por alguno realmente interesante o valioso (me ganó uno de J.J. Jackson que, sin embargo, pude conseguir luego.) Ese tipo de anécdotas, que luego él exageraba.
Eso es algo muy propio de él. Es decir que cuando el Unabridged te cuenta algo, hay que creerle la mitad, la menos verosímil por cierto, porque es un genio inventor de historias. Por eso cuando poníamos a los Stones o algo así que ya nos sabíamos más que de memoria, la cosa se ponía buena, porque cuando la música no exigía toda la atención se ponía a contar unas historias tall que cualquier jodido literato envidiaría. Como aquella de las avestruces en la avenida Francia o la broma de las call-girls o...
Ese es el Unabridged, más o menos. Un tipo que con los amigos is the Shit pero que es implacable con los desconocidos. Una chica en la escuela una vez me preguntó que por qué sólo salía con gente rara. ¿Rara? La rara eres tú. Rara porque, hey, puede ser que ignores a los Buzzcocks pero nunca a los Clash. Que no te suene Ornette Coleman pasa, lo comprendo, vamos, pero ¿John Coltrane? Ya no pido más: Satchmo, por Dios, ¡aunque sea el buen Louie! ¡Ese debe venir en tu libro de historia! Esas cosas importan. ¿No? Sí. Creo que sí. Is there Life on Mars?
Es que tú no tienes pinta extraña, quiso argumentar ella. No sé si fue un cumplido.
Porque, eso sí, hasta en la pinta el Unabridged siempre ha sido un tipo raro, más raro incluso que todos nosotros. Más que todos.
¿Por qué digo eso? Porque si lo conocieran... Es un sujeto culto, eso sí. Ha sabido utilizar el tiempo libre del que dispone en consumir música, televisión y videojuegos, aunque no necesariamente en ese orden. Y tiempo le sobra. Vamos, que es el desempleado más desempleado que conozco, pero que aún así se sale con la suya.
A veces me recuerda un poco a Kyle Gass en The Pick of Destiny, la pelí de los Tenacious D que, la verdad sea dicha, es para partirse de risa. El tipo recibe un cheque mes a mes y miente diciendo que son regalías de una canción que escribió. En realidad, era un cheque que sus padres le enviaban para que pagara la renta, mientras él -calvo, gordo y viejo- aún seguía intentando ser una estrella del rock and roll.
Bueno, el Unabridged ni es calvo (lejos de serlo) ni gordo (aunque cada vez se acerca más a serlo) y tampoco puede considerársele un viejo, aunque es unos tres años mayor que yo. Pero igual recibe ayuda paterna para la renta y en lo demás quién sabe cómo hace, pero se da unos lujos tremendos. Siempre tiene té (buen té) para sus invitados, videojuegos nuevos, libros que se encuentra quién sabe donde (pero que siempre tienen pinta de nuevos) y cuando salimos paga sus cervezas y vaya que sabe empinar el codo. Eso sí, brindar es pecado para él. Y eso que ha visto Withnail and I.
A veces, hace un par de años quizá, pasaba prácticamente los fines de semana, enteros, en su apartamento. Veíamos películas (estrictamente cult, ortodoxamente camp), escuchábamos discos sentados en el suelo y bebíamos té. O cerveza, una tras otra. A veces iba yo solo, a veces iba con Quant, a veces estaba allí una amiga suya que nunca me cayó bien por siempre querer hacerse la interesante y a veces cabía toda una fiesta de veinte-o-veinticinco personas en el pequeño apartamento de sala, cocina y habitación realmente pequeña. Buenos tiempos.
Hay buenas anécdotas con el Unabridged. Como aquellas borracheras épicas en las que yo terminaba dormido en su sofá, el más incómodo del planeta, pero él terminaba dormido en la regadera, con el agua corriendo. O cuando se disfrazó como una prostituta y le quedó muy convincente. O cuando descubrimos en un basurero una caja llena de discos de vinilo que luego repartimos entre los dos, sin dejar de pelear por alguno realmente interesante o valioso (me ganó uno de J.J. Jackson que, sin embargo, pude conseguir luego.) Ese tipo de anécdotas, que luego él exageraba.
Eso es algo muy propio de él. Es decir que cuando el Unabridged te cuenta algo, hay que creerle la mitad, la menos verosímil por cierto, porque es un genio inventor de historias. Por eso cuando poníamos a los Stones o algo así que ya nos sabíamos más que de memoria, la cosa se ponía buena, porque cuando la música no exigía toda la atención se ponía a contar unas historias tall que cualquier jodido literato envidiaría. Como aquella de las avestruces en la avenida Francia o la broma de las call-girls o...
Ese es el Unabridged, más o menos. Un tipo que con los amigos is the Shit pero que es implacable con los desconocidos. Una chica en la escuela una vez me preguntó que por qué sólo salía con gente rara. ¿Rara? La rara eres tú. Rara porque, hey, puede ser que ignores a los Buzzcocks pero nunca a los Clash. Que no te suene Ornette Coleman pasa, lo comprendo, vamos, pero ¿John Coltrane? Ya no pido más: Satchmo, por Dios, ¡aunque sea el buen Louie! ¡Ese debe venir en tu libro de historia! Esas cosas importan. ¿No? Sí. Creo que sí. Is there Life on Mars?
Es que tú no tienes pinta extraña, quiso argumentar ella. No sé si fue un cumplido.
Porque, eso sí, hasta en la pinta el Unabridged siempre ha sido un tipo raro, más raro incluso que todos nosotros. Más que todos.
lunes, 11 de mayo de 2009
8. Kind of Blue.
Y entonces alguien (un amigo, amiga, el doctor, alguien en la calle, qué más da) me preguntó cómo me sentía.
-¿Que cómo me siento...?
Como un gol encajado... Como el bueno de Chaplin desairado en la cena de Año Nuevo en La fiebre del oro... Como llegar a la tienda de discos y descubrir que el disco que habías cambiado de estante para que nadie te lo ganase porque cuando lo viste no llevabas suficiente pasta ya no está... Como descubrir que el disco que compraste de segunda mano tiene un brinco justo en la canción que más te gusta... Como derramarte el licor sobre tus mejores pantalones... Como pisar un charco negro con esas impecables desert boots... Como rasgar accidentalmente tu playera favorita, la de la discográfica rara, la de la banda favorita, la vin-ta-ge... Como perderse por un día lo nuevo de Woody Allen en el cine porque la han quitado al ver que nadie iba... Como un libro decepcionante que costó la quincena entera... Como haber perdido aquel libro de Groucho Marx al prestarlo a una chica que se quería impresionar y que luego se largó del país... Como que la chica se largase del país... Como el segundo de los Stone Roses... Como Batman con Val Kilmer... Como The Jam sin Paul Weller... Como el Motel Lorraine tras el magnicidio... Como Polanski al llegar a casa... Como un 78rpm que cae al suelo de cemento... Como un blues standard en manos de Eric Clapton... Como Holden Caulfield bailando con las tontas que no sabían hacerlo... Como jazz fusión... Como el centro de la ciudad a las 5 de la mañana... Como la Rolling Stone de ahora...
No puede quedar más claro.
-¿Que cómo me siento...?
Como un gol encajado... Como el bueno de Chaplin desairado en la cena de Año Nuevo en La fiebre del oro... Como llegar a la tienda de discos y descubrir que el disco que habías cambiado de estante para que nadie te lo ganase porque cuando lo viste no llevabas suficiente pasta ya no está... Como descubrir que el disco que compraste de segunda mano tiene un brinco justo en la canción que más te gusta... Como derramarte el licor sobre tus mejores pantalones... Como pisar un charco negro con esas impecables desert boots... Como rasgar accidentalmente tu playera favorita, la de la discográfica rara, la de la banda favorita, la vin-ta-ge... Como perderse por un día lo nuevo de Woody Allen en el cine porque la han quitado al ver que nadie iba... Como un libro decepcionante que costó la quincena entera... Como haber perdido aquel libro de Groucho Marx al prestarlo a una chica que se quería impresionar y que luego se largó del país... Como que la chica se largase del país... Como el segundo de los Stone Roses... Como Batman con Val Kilmer... Como The Jam sin Paul Weller... Como el Motel Lorraine tras el magnicidio... Como Polanski al llegar a casa... Como un 78rpm que cae al suelo de cemento... Como un blues standard en manos de Eric Clapton... Como Holden Caulfield bailando con las tontas que no sabían hacerlo... Como jazz fusión... Como el centro de la ciudad a las 5 de la mañana... Como la Rolling Stone de ahora...
No puede quedar más claro.
jueves, 7 de mayo de 2009
7. Jackie Wilson dijo.
Quant me invitó a salir este fin de semana, porque pintaba -en sus palabras- "torpe y triste." El fin de semana, no yo. O tal vez. Y cómo no, con la ciudad vacía, los amigos con sus trabajos y sus deberes y sus novias y Quant y yo sin plan alguno. Yo tenía un poco de dinero destinado a los discos de la semana, así que le propuse ir por el centro a buscar vinilo viejo en librerías ancianas y polvosas y luego terminar en alguna mala tienda de CD's. De ese modo, si no lográbamos encontrar ningún plástico negro decente, al menos podría consolarme con un posavasos de oferta. Ahí tienen mi droga.
Desde el viernes quedamos que yo pasaría por su casa a eso del mediodía del sábado para ir al centro. De paso, compraríamos tela para un vestido que quería hacerse y quemaríamos calorías. O eso dijo ella. Acordamos también que nos iríamos por allí a beber algo en algún bar de tercera y buscaríamos -móvil en mano y dedos escribiendo textitos a mil por hora- alguna fiesta en la que pudiésemos colarnos.
Pero nada sucedió. El sábado temprano Quant me llamó, diciendo que se sentía indispuesta. Lo que me faltaba. Pero, total, que para buscar discos es mejor ir solo porque así voy a mis anchas y decidí partir de inmediato, pasando -claro está- primero por la ducha, la farmacia (para comprar aspirinas, una botella de agua y chicles) y por un puente peatonal que me gusta, no pregunten por qué.
Toodle langa langa... Toodle langa lang...
Lo de los discos fue bien. En la primera librería había un LP casi nuevo de los Moody Blues y en la segunda un single de Sly & The Family Stone. En una tienda de parafernalia jipi me encontré con unos cedés usados de los Beastie Boys (esos jipis tan versátiles) y en la última librería entré ya cansado pero consciente de mi deber de no dejar ni un solo resquicio libre por donde pudiera colarse un buen disco.
A esta librería, atendida por un viejo que ni escuchaba bien ni veía bien ni hacía mucho sentido, se entraba por una puerta estrechísima y bajita, por lo que pasaba desapercibida. Entré y había montones de libros apilados, ningún orden y cajas, cajas, cajas. Le pregunté al anciano si vendía discos y a la sexta o séptima vez, entendió y señaló unas cajas en una esquina, detrás de montones de periódicos amarillos.
No haré más larga la historia. Elipsis: abrimos las cajas; había cerca de 100 discos y los revisé uno a uno; el viejo fue paciente, porque no tenía nada mejor que hacer que verme removiendo el polvo de los discos; al final me llevé 20 y me dijo que le diera uno de cien.
De esos 20, 15 son para mi. Los otros 5 son copias idénticas de un EP de Jackie Wilson que trae Higher and Higher que ya tengo, pero que igual me llevé. ¿Que para qué lo quiero cinco veces? Para regalarlo. A los amigos, así que ni lo pienses.
Toodle langa langa... Toodle langa lang...
Y, estás en lo correcto, fue un sábado de quedarse en casa. Bebiéndome el mejor cocktail: Otis, Jackie Wilson y Sam Coo-oo-ooke...
Desde el viernes quedamos que yo pasaría por su casa a eso del mediodía del sábado para ir al centro. De paso, compraríamos tela para un vestido que quería hacerse y quemaríamos calorías. O eso dijo ella. Acordamos también que nos iríamos por allí a beber algo en algún bar de tercera y buscaríamos -móvil en mano y dedos escribiendo textitos a mil por hora- alguna fiesta en la que pudiésemos colarnos.
Pero nada sucedió. El sábado temprano Quant me llamó, diciendo que se sentía indispuesta. Lo que me faltaba. Pero, total, que para buscar discos es mejor ir solo porque así voy a mis anchas y decidí partir de inmediato, pasando -claro está- primero por la ducha, la farmacia (para comprar aspirinas, una botella de agua y chicles) y por un puente peatonal que me gusta, no pregunten por qué.
Toodle langa langa... Toodle langa lang...
Lo de los discos fue bien. En la primera librería había un LP casi nuevo de los Moody Blues y en la segunda un single de Sly & The Family Stone. En una tienda de parafernalia jipi me encontré con unos cedés usados de los Beastie Boys (esos jipis tan versátiles) y en la última librería entré ya cansado pero consciente de mi deber de no dejar ni un solo resquicio libre por donde pudiera colarse un buen disco.
A esta librería, atendida por un viejo que ni escuchaba bien ni veía bien ni hacía mucho sentido, se entraba por una puerta estrechísima y bajita, por lo que pasaba desapercibida. Entré y había montones de libros apilados, ningún orden y cajas, cajas, cajas. Le pregunté al anciano si vendía discos y a la sexta o séptima vez, entendió y señaló unas cajas en una esquina, detrás de montones de periódicos amarillos.
No haré más larga la historia. Elipsis: abrimos las cajas; había cerca de 100 discos y los revisé uno a uno; el viejo fue paciente, porque no tenía nada mejor que hacer que verme removiendo el polvo de los discos; al final me llevé 20 y me dijo que le diera uno de cien.
De esos 20, 15 son para mi. Los otros 5 son copias idénticas de un EP de Jackie Wilson que trae Higher and Higher que ya tengo, pero que igual me llevé. ¿Que para qué lo quiero cinco veces? Para regalarlo. A los amigos, así que ni lo pienses.
Toodle langa langa... Toodle langa lang...
Y, estás en lo correcto, fue un sábado de quedarse en casa. Bebiéndome el mejor cocktail: Otis, Jackie Wilson y Sam Coo-oo-ooke...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)