Perder es una costumbre. La única que, parece, logramos conservar. Al menos, creo, soy un buen perdedor: al lado de la PC, sobre el escritorio, hay un libro de comics de Harvey Pekar, un VHS con Withnail and I grabada y frente a mi, colgando de la pared, un afiche de Manhattan de Woody Allen. Beautiful losers. Y lo que suena...
Top 5 para el día:
1. John Lee Hooker, Wednesday Evening Blues.
2. Terry Manning, Guess Things Happen That Way.
3. Jimmy Ruffin, What Becomes of the Brokenhearted.
4. The Kingstonians, Sufferer.
5. Blind Faith, Can't Find My Way Home.
Nada mal. Si al menos tenemos esa costumbre de perder, hay que hacerlo con estilo. Con música. Creo que mi cabeza no hay más que eso. Música, películas, libros... Sí, sé que no soy muy original y que al leer esto debes estar pensando otro más de esos. Pues sí. Qué le vamos a hacer.
Es el mal de las ciudades. Y yo amo las ciudades. Amo su ruido y su vértigo y he aprendido a vivir con el pánico que me producen las calles; a ver dandies elegantes recargados de los postes en las esquinas, cuando en realidad es un oficinista esperando el camión; a escuchar a la Próxima Cosa Grande en la banda que ensaya a dos casas, en el local desocupado, aunque suenen peor que el motor de un autobús urbano subiendo la carretera a Cerro Gordo en tercera (seguro eso decían los vecinos de los Electric Prunes.) La ciudad es más emocionante que nada, sin sarcasmos ni dobles sentidos. De verdad.
La costumbre de perder, sin embargo, da sabor a lo que no lo tiene tanto. El café de la mañana se vuelve indispensable, por ejemplo. Las cervezas de la noche del jueves en la barra con Don Gato, el bartender, hablando de John Mayall son para desear que se joda el Paraíso. Que se cuele una canción de The Clash en la programación de Radio Recuerdo (o como putas se llame) mientras suena en el transporte ya es un triunfo que, aunque no es propio, se siente como tal - ¡y es que al iPod yo me niego!
Aunque la vida de ciudad precisamente también da al hecho de perder un toque de dramatismo con el que no se puede lidiar a veces: ver perder a tu equipo de fútbol, que no haya The Clash ni por error durante semanas en Radio Recuerdo, perder la subasta online de aquel ansiado disco de último minuto, que la máquina del café se descomponga... ¿De qué escribiría Shakespeare de haber vivido en una ciudad como esta?
Porque esta es una ciudad terrible, con su encanto. Mezquina, ignorante y ciega. Como casi todas las ciudades, creo. El Tercer Mundo con miras al Primero pero sin posibilidad de alcanzarlo. O algo así. De esas cosas no hablo. Sólo sé que acá para comprar discos de vinilo hay que escarbar en bazares o pedirlos overseas; que no hay producción fílmica, y si la hay es espantosa; que hay dos canales de televisión y si alguien de verdad los ve es por oligofrenia o aburrimiento extremo (uno sale de fronteras a veces, en esta vida de ciudad, si no, believe me, no estaría escribiendo acá); si hay más de cinco personas en esta ciudad que han visto Withnail and I (ya no digamos recitar líneas de la película) que me jodan. Esos cinco, de todas maneras, son mis amigos; no podría ser de otro modo. La otra vez, en una proyección de This is Spinal Tap había 15 personas, sin contarme. Nadie reía. ¡Nadie ni siquiera entendía un chiste! Un sujeto en primera fila incluso portaba una playera de AC/DC y sólo sorbía de su Cocacola, sin inmutarse. ¿Malentiendo yo las cosas o las entiendo demasiado bien como para saber que eso no sólo no es normal sino es preocupante? ¿O es que he cruzado otra frontera?
Como sea, adoro esta ciudad, pero me frustra. Y todo a la vez. Como la canción de Charles Aznavour que gustaba a mi abuela, tu m'exasperes tu m'tiranisses pero al final ama a la chica como a nadie. Así es el mundo. "El mundo de hoy", diría mi abuela. Yo creo que el de siempre. Pero ahora las cosas se hablan y la información fluye y nos confunde más. Y no hemos aprendido a ajustarnos a los tiempos, creo. El tiempo está en el XXI pero nosotros seguimos en el XIX. Y sin ganas de salir. ¿O acaso han sido tantos miles de años de Evolución para poder llegar a hacer esa mierda que suena en la radio? ¿Verdad que no?
Como sea, mañana es jueves y hay que levantarse. Porque acabo de ganar una subasta en línea y hay que trabajar para pagarla. Para ganar, aunque sean estas pequeñas grandes victorias, hay que perder mucho. Lo malo es que se vuelve costumbre perder...
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