Quant me invitó a salir este fin de semana, porque pintaba -en sus palabras- "torpe y triste." El fin de semana, no yo. O tal vez. Y cómo no, con la ciudad vacía, los amigos con sus trabajos y sus deberes y sus novias y Quant y yo sin plan alguno. Yo tenía un poco de dinero destinado a los discos de la semana, así que le propuse ir por el centro a buscar vinilo viejo en librerías ancianas y polvosas y luego terminar en alguna mala tienda de CD's. De ese modo, si no lográbamos encontrar ningún plástico negro decente, al menos podría consolarme con un posavasos de oferta. Ahí tienen mi droga.
Desde el viernes quedamos que yo pasaría por su casa a eso del mediodía del sábado para ir al centro. De paso, compraríamos tela para un vestido que quería hacerse y quemaríamos calorías. O eso dijo ella. Acordamos también que nos iríamos por allí a beber algo en algún bar de tercera y buscaríamos -móvil en mano y dedos escribiendo textitos a mil por hora- alguna fiesta en la que pudiésemos colarnos.
Pero nada sucedió. El sábado temprano Quant me llamó, diciendo que se sentía indispuesta. Lo que me faltaba. Pero, total, que para buscar discos es mejor ir solo porque así voy a mis anchas y decidí partir de inmediato, pasando -claro está- primero por la ducha, la farmacia (para comprar aspirinas, una botella de agua y chicles) y por un puente peatonal que me gusta, no pregunten por qué.
Toodle langa langa... Toodle langa lang...
Lo de los discos fue bien. En la primera librería había un LP casi nuevo de los Moody Blues y en la segunda un single de Sly & The Family Stone. En una tienda de parafernalia jipi me encontré con unos cedés usados de los Beastie Boys (esos jipis tan versátiles) y en la última librería entré ya cansado pero consciente de mi deber de no dejar ni un solo resquicio libre por donde pudiera colarse un buen disco.
A esta librería, atendida por un viejo que ni escuchaba bien ni veía bien ni hacía mucho sentido, se entraba por una puerta estrechísima y bajita, por lo que pasaba desapercibida. Entré y había montones de libros apilados, ningún orden y cajas, cajas, cajas. Le pregunté al anciano si vendía discos y a la sexta o séptima vez, entendió y señaló unas cajas en una esquina, detrás de montones de periódicos amarillos.
No haré más larga la historia. Elipsis: abrimos las cajas; había cerca de 100 discos y los revisé uno a uno; el viejo fue paciente, porque no tenía nada mejor que hacer que verme removiendo el polvo de los discos; al final me llevé 20 y me dijo que le diera uno de cien.
De esos 20, 15 son para mi. Los otros 5 son copias idénticas de un EP de Jackie Wilson que trae Higher and Higher que ya tengo, pero que igual me llevé. ¿Que para qué lo quiero cinco veces? Para regalarlo. A los amigos, así que ni lo pienses.
Toodle langa langa... Toodle langa lang...
Y, estás en lo correcto, fue un sábado de quedarse en casa. Bebiéndome el mejor cocktail: Otis, Jackie Wilson y Sam Coo-oo-ooke...
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Fue muy buen sábado a pesar de lo de la selección. Bastards!
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