martes, 7 de abril de 2009

3. Las ciudades.

La ciudad en la que vivo es muy extraña. Es de fábricas, así que es sucia. Es de obreros, así que puede ser bastante agresiva. Es de día, por lo que la noche suele ser incomprendida. Y es de provincia, por lo que está anclada en costumbres extrañas que a veces son reconfortantes y a veces desquiciantes. Así pasa.

Vivo en la ciudad porque nací en la ciudad. Tampoco es que haya luchado desesperadamente por irme ni nada. Estoy bien en la ciudad. No soy feliz, pero tampoco lo contrario. No soporto bien la playa, el campo me pone nervioso y las otras ciudades son buenas, pero no dejan de ser ciudades, así que me he quedado acá. Si surgiera la oportunidad de irme, tal vez me iría. Pero tal vez no. Así la cosa.

En la ciudad hay ruido. Hay tiendas y autos por todos lados y el transporte público es terrible. Hay calles con potencial: son feas, pero podrían no serlo. En mi ciudad no hay mucho que presumir hacia afuera. Siempre perdería las comparaciones con otras, aunque tengo la teoría de que es porque los habitantes de las otras ciudades las defenderían a muerte porque se sienten igual que yo en sus lugares. No sé, tal vez.

La gente de la ciudad siempre parece ensimismada, pero no lo está. Sólo que involucrarse es peligroso.

Eso sí, en esta ciudad la ignorancia es grande y aferrada. Y a nadie le importa. Para qué. Vivir es fácil con los ojos cerrados. Nothing is real, tararará y todo eso. Encontrar buenos discos es difícil, por ejemplo; buenos libros, buenas cosas, tú sabes, hay qué luchar mucho para encontrarlas, para poseerlas, para consumirlas en esta ciudad. Eso sí que puede con mis nervios, a veces. Frustra. Con todo, hay algunos bares que son buenos (o los haces buenos tú, mejor dicho), una tarde en el parque no está mal, hay dos o tres edificios que podrían pasar por edificios de Ciudad de Mundo, monumentos muy extraños que se pueden justificar como surrealistas...

Y hay buenos amigos. Eso sí. Verdes, blancos, rojos, azules, negros y amarillos. Los hay púrpura, pero en menor proporción. Siempre hay una fiesta en alguna casa, así que vas conociendo la ciudad por fuerza de costumbre. Desplazarse se hace cada vez más difícil porque crece como endemoniada y sólo esparciendo terrenos, sin planeación alguna, pero vale, tampoco puedo quejarme. Pero igual vas a donde te llame una buena fiesta, a couple of pints, una buena colección de discos que escuchar y envidiar, una chica prometedora... Y, al final, eso es la vida, ¿no?

Por eso vivir en la ciudad no es tan malo. ¿Podría ser mejor? Sí. Pero -quiero pensar- todo en el mundo puede mejorar, así que no estamos tan perdidos. ¿O es que me he vuelto un conformista?

2 comentarios:

  1. ¿Por eso vivir en la ciudad no es tan malo? Jajajaja... qué conclusión tan más simpática. No es conformismo, es más bien una necesidad saludable de ser feliz.

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  2. Y si es conformismo da igual, porque no se consigue mucho. Igual se hace "la lucha."

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