Is this what life is all about?
Entrar a un sitio y que esté sonando la música correcta -you know- sucede muy poco. Casi nunca. Sí, acúsenme. Yo me acuso. Soy un jodido snob, nunca estaré satisfecho y las únicas fiestas en las que la música me gusta siempre es en aquellas en las que yo estoy girando los discos en la tornamesa. Lo siento. No puedo evitarlo.
O sí. Sí puedo evitarlo, pero no quiero. Como sea. No importa.
La otra vez fui a una fiesta con los skinheads (yo no los llevo a los bolos, ¿entiendes? ¿ves a qué me refiero?) y la música era impecable. Pero comenzó a sonar, ya cuando todos estaban muy ebrios y poniéndose violentos, un reggae tan denso que creí que iban a crecerles rastas. Y me puse mal y tuve que salir a tomar aire.
Otra vez en un bar comenzó a sonar Pulp. Muy bien, recuerdos de adolescencia, nada mal. Luego, los Bunnymen. Nada mal. Era Lips Like Sugar, igual que con Pulp era Babies, pero vale. No pasa todos los días. No acá, lo juro. Después, los Buzzcocks. Ever Fallen In Love, por supuesto, pero no puedo quejarme. Era un bar, al que había entrado sólo porque quería unas cervezas, no precisamente porque lo conociera. Comenzaba a sentirme como en casa cuando sonó Two Princes. Sí, los Spin Doctors. Piensa lo que quieras, tuve que pagar y salir. Porque, además, lo que seguía era Song 2 de Blur. No pienses mal, me encanta Blur. Pero... ¿whoo-hoo? ¡Por favor!
Ya te das una idea.
Sé lo que dirás. Que cuando yo estoy girando los discos también hay gente que se siente así. Sí, seguramente. ¡Pero yo nunca pongo Two Princes! Y mi Stevie Wonder ya ni siquiera incluye Innervisions. Cuestión de personalidad. O de principios.
Pero el fin de semana pasado fue otra la historia. No sé. Bebí demasiado whisky (la mitad de las copas fueron cortesía de la casa, ya que mi amiga J trabaja de mesera allí) y, de verdad, todo estuvo en su lugar. Y, por tercera vez en toda mi vida, me vi en la cabina del pinchadiscos, felicitándole, pidiéndole una mix-tape y su correo electrónico. Así.
Comenzó con un poco de jazz. Blue-Note. Suave (se pronuncia suáf.) Luego, mucho soul. Deep Soul, Northern Soul, Southern Soul, Motown, Stax, Deram, sellos raros, subsellos, soul joto, Philly, Latin Soul, Rare Soul, R&B, Disco (good Disco, man!), reggae machacón, ska, Two-Tone, ¡new wave!... y todo tenía sentido. Y todo temblaba por los tragos y por las decenas de pies saltando sobre la misma duela. Escuché tantas cosas nuevas y tantas cosas conocidas que canté con el fervor de una devota en el templo... Y entonces comenzó a sonar Orange Juice. De verdad. Y tenía sentido, todo tenía sentido. ¿Es pecado juntar música blanca y negra? Oye, a veces es pecado dividir la música en blanca y negra. Mientras tenga alma... ¿O ya digo cosas que no quiero decir?
Ahí estaba yo, cantando, brincando, girando. Wan light is around my heart! Y caí. Caí, de caer, no hablo en figuras, caí de verdad. Sobre la duela, con los oídos zumbando, el corazón saliéndose y los músculos muertos. Life bega-a-a-a-an when I met you! Golpe en el suelo.
Desperté con los oídos destrozados, el estómago tan deshecho como una guitarra en manos de Pete Townshend y con la peor resaca de mi vida. Pero con una gran sonrisa y una recopilación de floorfillers en CD-R. A veces pasa. Y a veces lo vale.
viernes, 19 de junio de 2009
lunes, 15 de junio de 2009
12. I've Got Me Parka.
Como la canción de The Sussed.
Hay regalos buenos y los hay significativos, supongo. Un buen regalo es un lujo, como una primera edición francesa de Serge Gainsbourg o un box-set de la Velvet Underground. Un regalo significativo es más como que alguien ponga, en mi honor, a sonar a Doris Troy con su Just One Look, porque quien lo haga me conoce y sabe que es de las canciones de mi vida, que la escuché por primera vez a los seis o siete años, se quedó en mi cabeza hasta que tuve edad para que las canciones importaran y cada que la escucho me mareo como lo haría con un whisky triple de un solo trago. Un buen mareo. You got the idea.
Vito es un compañero de batallas que ya no vive en la ciudad. Un mod de la vieja escuela, purista y obsesivo, con acento extranjero (porque, además, es extranjero) y con buenos puños y pies, los primeros para pelear, los segundos para bailar soul. Vito y su Soul System. Vito y su aversión a las computadoras. Por eso es que ya casi no sé de él, porque ahora todo el mundo se contacta por Internet. Él no. La llamada ocasional, la carta estrictamente a mano, lo cual, después de todo, es una costumbre inmejorable.
Otro buen hábito, ya que se fue de la ciudad, fue seguir en contacto mediante buenos regalos. Buenos. Él me envía un single de Ray Charles, yo a él uno de los Del-Shapiros. Y así, ya saben.
Vito solía montar una Vespa azul impecable, que rugía de vieja y de elegante. Era única en la ciudad. Y, claro, solía despertar la envidia de todo el mundo. Ya saben, un mod. No tengo que explicarles mucho.
Siempre discutíamos sobre el valor de la nueva música y sobre el eterno tema de avanzar, aprender, qué es lo modernista y cómo ser modernista. Como sea, las discusiones en realidad eran un pretexto para emborracharnos con clase y sin medida: Solomon Burke, el Casino de Wigan, Tiles, la negritud, George Best, Maxine Brown, Thelonious Monk, La Calle, revival o no revival, Zoot Money y la Big Roll Band, la anglofilia, su infancia en un clima político insoportable y cómo La Vida Total le había salvado la vida, así con mayúscula y minúscula para distinguir.
Y un día se fue. No se despidió, muy a su estilo. Supe su paradero por el primer disco que me envió, uno de Cooper, el Días de cine con David Bailey y Catherine Deneuve en la portada, con una nota: "Te mando este porque sé que te gusta, chaval, pero no abandones El Ritmo." Yo le envié un single de Mike Laure que me encontré de segunda mano, con una nota: "Esto sí que es Ritmo." Y así, ya saben, el humor de los melómanos, strange, indeed. Las cartas en adelante, comenzaron a llegar con direcciones de distintas partes del mundo y, claro, los discos que las acompañaban eran ediciones de distintos países. Vito, el trotamundos.
Un día, dos o tres años después, llegó el cartero a mi casa con un paquete bastante grande. Remitente: el fanfarrón más grande de todos que me había enviado, en apariencia, un buen regalo. Hasta en eso tenías que ir un paso adelante, cabrón. Adentro del paquete, sin embargo, había también uno significativo.
Carajo si lo iba a ser. ¡Era una jodida parka! ¡La parka de Vito, llena de parches y de historias! Llena de manchas de cerveza, con un olor a calle. Y la nota: "Cuídala, es tuya. Tiene mil batallas, así que es tu uniforme de guerra." ¡Me estaba regalando uno de sus objetos más importantes! ¿Estaba volviéndose loco? ¿Se retiraba? ¿Tenía una enfermedad terminal? Tiempo después, en otra carta, me dijo que "se le había ocurrido." Vito, al fin.
La verdad es que nunca me encantaron las parkas. Coincido con Kiko Amat cuando habla sobre lo feo de la legión verde de parkas en el revival mod de los 70 en contraste con la verdadera elegencia, sobre como se convirtió en una prenda fetiche sinsentido que no sólo no se ve muy bien, sino que antes tenía el fin práctico solamente de no ensuciar los trajes de los dandies citadinos cuando montaban sus Vespas y sus Lambrettas. Pero... ¡qué más da! I've got me parka, que antes vio no sé cuántas cosas, que asistió a los mejores conciertos, a las mejores allnighters. Algo así vale. Es una herencia de sangre, de soul. Por eso he decidido que la historia de esta parka debe continuar.
Comencemos esta noche. Nos vamos de fiesta.
Hay regalos buenos y los hay significativos, supongo. Un buen regalo es un lujo, como una primera edición francesa de Serge Gainsbourg o un box-set de la Velvet Underground. Un regalo significativo es más como que alguien ponga, en mi honor, a sonar a Doris Troy con su Just One Look, porque quien lo haga me conoce y sabe que es de las canciones de mi vida, que la escuché por primera vez a los seis o siete años, se quedó en mi cabeza hasta que tuve edad para que las canciones importaran y cada que la escucho me mareo como lo haría con un whisky triple de un solo trago. Un buen mareo. You got the idea.
Vito es un compañero de batallas que ya no vive en la ciudad. Un mod de la vieja escuela, purista y obsesivo, con acento extranjero (porque, además, es extranjero) y con buenos puños y pies, los primeros para pelear, los segundos para bailar soul. Vito y su Soul System. Vito y su aversión a las computadoras. Por eso es que ya casi no sé de él, porque ahora todo el mundo se contacta por Internet. Él no. La llamada ocasional, la carta estrictamente a mano, lo cual, después de todo, es una costumbre inmejorable.
Otro buen hábito, ya que se fue de la ciudad, fue seguir en contacto mediante buenos regalos. Buenos. Él me envía un single de Ray Charles, yo a él uno de los Del-Shapiros. Y así, ya saben.
Vito solía montar una Vespa azul impecable, que rugía de vieja y de elegante. Era única en la ciudad. Y, claro, solía despertar la envidia de todo el mundo. Ya saben, un mod. No tengo que explicarles mucho.
Siempre discutíamos sobre el valor de la nueva música y sobre el eterno tema de avanzar, aprender, qué es lo modernista y cómo ser modernista. Como sea, las discusiones en realidad eran un pretexto para emborracharnos con clase y sin medida: Solomon Burke, el Casino de Wigan, Tiles, la negritud, George Best, Maxine Brown, Thelonious Monk, La Calle, revival o no revival, Zoot Money y la Big Roll Band, la anglofilia, su infancia en un clima político insoportable y cómo La Vida Total le había salvado la vida, así con mayúscula y minúscula para distinguir.
Y un día se fue. No se despidió, muy a su estilo. Supe su paradero por el primer disco que me envió, uno de Cooper, el Días de cine con David Bailey y Catherine Deneuve en la portada, con una nota: "Te mando este porque sé que te gusta, chaval, pero no abandones El Ritmo." Yo le envié un single de Mike Laure que me encontré de segunda mano, con una nota: "Esto sí que es Ritmo." Y así, ya saben, el humor de los melómanos, strange, indeed. Las cartas en adelante, comenzaron a llegar con direcciones de distintas partes del mundo y, claro, los discos que las acompañaban eran ediciones de distintos países. Vito, el trotamundos.
Un día, dos o tres años después, llegó el cartero a mi casa con un paquete bastante grande. Remitente: el fanfarrón más grande de todos que me había enviado, en apariencia, un buen regalo. Hasta en eso tenías que ir un paso adelante, cabrón. Adentro del paquete, sin embargo, había también uno significativo.
Carajo si lo iba a ser. ¡Era una jodida parka! ¡La parka de Vito, llena de parches y de historias! Llena de manchas de cerveza, con un olor a calle. Y la nota: "Cuídala, es tuya. Tiene mil batallas, así que es tu uniforme de guerra." ¡Me estaba regalando uno de sus objetos más importantes! ¿Estaba volviéndose loco? ¿Se retiraba? ¿Tenía una enfermedad terminal? Tiempo después, en otra carta, me dijo que "se le había ocurrido." Vito, al fin.
La verdad es que nunca me encantaron las parkas. Coincido con Kiko Amat cuando habla sobre lo feo de la legión verde de parkas en el revival mod de los 70 en contraste con la verdadera elegencia, sobre como se convirtió en una prenda fetiche sinsentido que no sólo no se ve muy bien, sino que antes tenía el fin práctico solamente de no ensuciar los trajes de los dandies citadinos cuando montaban sus Vespas y sus Lambrettas. Pero... ¡qué más da! I've got me parka, que antes vio no sé cuántas cosas, que asistió a los mejores conciertos, a las mejores allnighters. Algo así vale. Es una herencia de sangre, de soul. Por eso he decidido que la historia de esta parka debe continuar.
Comencemos esta noche. Nos vamos de fiesta.
domingo, 7 de junio de 2009
11. Sit Down.
“Those who find they’re touched by madness
Sit down next to me…
Sit down next to me…
Those who find themselves ridiculous
Sit down next to me...”
-James, Sit Down.
-James, Sit Down.
Cuenta la leyenda que cuando algún pinchadiscos hacía sonar esta canción alrededor de 1989, la muchedumbre se sentaba. La gente hip de Manchester en el Haçienda (Fac51) tomaba asiento, donde fuese, in love, in fear, in hate, in tears... in sympathy. O eso me contaron. No creo haber escuchado mal.
Dice mi amigo Tx, uno de los anoraks más intensos del mundo, que James es una de esas bandas que no desagradan a nadie, a todos gustan, pero al mismo tiempo nadie se declara fan de James. Puede ser. Aunque también creo que eso lo sacó de algún lado, de alguna revista, de alguna crítica, porque Tx es, ya lo dije, intenso e indie de verdad. ¿Dije la palabra prohibida? Pues sí, así es Tx. Ni le menciones algo remotamente mainstream, porque sólo comenzará a vociferar sobre la C-86 y Sarah Records y Creation y Julien Temple y post-punk y Bill Drummond y vaya que me consta que sólo usa camisetas de grupos raros y escucha los discos más desquiciados. Lo sé porque cuando se cansa de ellos, me los vende a precio de amigos. Y yo, claro, los compro. Las camisetas no puede vendérmelas porque él es muy grande y yo muy pequeño. No me gusta mucho andar baggy por allí, por más que me guste James. Ustedes entienden.
Pero estoy divagando (digression, Mr. Caulfield.) Hablaba de Sit Down. In love, in fear, todo eso. Bueno, podría hablar solamente de la canción, de cómo suena, de todo eso. Puedo. Pero ustedes no quieren eso. Usé la canción para hilar con una pequeña anécdota, supongo, porque ya saben que así funciona mi cabeza. Y me gusta.
La vez pasada que viajé a la capital en autobús se sentó al lado de mi un niño. Tendría unos 11 o 12 años, no sé, una de las edades que definitivamente más me gustaron, a pesar de todo. Llevaba una playera amarilla muy amarilla y una mochila gigantesca. Tuve que ayudarle a colocarla en el compartimiento superior, pero al poco rato tuve que ayudarle a sacarla de allí mismo. Sacó de ella un iPod y un libro también gigante, lo que tal vez explicaba el tamaño de la mochila. ¡Vaya sorpresa!
Se puso a leer, como si fuese lo más natural del mundo, el Amphigorey, de Gorey. Y, por supuesto, no es lo más natural del mundo.
Los niños de ahora (decir esto me hace ver y sentir anciano aunque no paso de los 25) simplemente no hacen eso. Claro, lo de Gorey son como cómics, como cuentos ilustrados, pero no son los X-Men, por ejemplo, y no es que tenga algo contra los mutantes. Pero, ¿es que los niños de ahora comienzan con Gorey? ¿Y a los 13 dominan a los situacionistas, ya no decir a los existencialistas enteros? ¿Y a los 25 ya leyeron completo e Crowley? No sé, creo que ya no les conozco.
Estoy alargándome mucho. Sorprendido como ya se nota, le hice conversación al niño, forzándolo de buena manera a quitarse los audífonos del iPod. Le pregunté sobre Gorey. Respondió. Desdeñó a Tim Burton porque era sólo un copión. Habló de su abuelo, de aviones, de trenes, de The Clash (¡¡!!) porque su primo mayor le había dicho que eran mucho mejores que Green Day y de guitarras (Gibson y Fender, pero no tenía mucha idea de Rickenbackers.) Y, luego, sin disculparse, se puso de nuevo los audífonos y consideré poco apropiado interrumpir por segunda vez lo que estuviese escuchando. Posiblemente The Clash. Ojalá.
Otra vez que viajaba, aunque mucho más cerca, decidí llevarme un viejo DiscMan Sony que tengo por allí. No lo uso nunca, pero como no tengo iPod y decidí que no quería ver las películas que ponen en los autobuses, lo cargué. Sería un viaje de apenas dos horas. Metí un par de discos a mi bolso de cartero y a viajar.
Uno de los discos era el Standup Comedy de Woody Allen en Rhino. Ya saben, una selección de clásicos chistes de su primera etapa, The Moose y Oral Contraception y The Vodka Ad y... A medio disco, el track 11 o algo así, yo ya no podía contener la risa. Al lado de mi viajaba un señor de unos 50, de sombrero y camisa de franela, hombre de campo con manos curtidas, blah blah. Y comenzó a verme extraño. Yo reía con los audífonos puestos y el señor no pudo resistir preguntarme, como yo hice con el niño, de qué se trataba todo aquello.
-De Woody Allen.
Y él no entendía nada. Así que ahí me tienen, explicándole quién era Woody Allen, contándole un par de chistes, describiéndole a un neoyorquino bajito, judío, neurótico y todo eso. Y el señor comenzó a reir. Como yo, a carcajadas. Sólo de imaginarlo. Woody Allen haciendo reir, indirectamente, a un hombre de campo que nunca había escuchado hablar sobre él y que seguramente nunca verá ninguna de sus películas, ni leerá ninguno de sus libros. Que me jodan, pero eso es magia.
Those who find they're touched by madness, sit down next to me.
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