“Those who find they’re touched by madness
Sit down next to me…
Sit down next to me…
Those who find themselves ridiculous
Sit down next to me...”
-James, Sit Down.
-James, Sit Down.
Cuenta la leyenda que cuando algún pinchadiscos hacía sonar esta canción alrededor de 1989, la muchedumbre se sentaba. La gente hip de Manchester en el Haçienda (Fac51) tomaba asiento, donde fuese, in love, in fear, in hate, in tears... in sympathy. O eso me contaron. No creo haber escuchado mal.
Dice mi amigo Tx, uno de los anoraks más intensos del mundo, que James es una de esas bandas que no desagradan a nadie, a todos gustan, pero al mismo tiempo nadie se declara fan de James. Puede ser. Aunque también creo que eso lo sacó de algún lado, de alguna revista, de alguna crítica, porque Tx es, ya lo dije, intenso e indie de verdad. ¿Dije la palabra prohibida? Pues sí, así es Tx. Ni le menciones algo remotamente mainstream, porque sólo comenzará a vociferar sobre la C-86 y Sarah Records y Creation y Julien Temple y post-punk y Bill Drummond y vaya que me consta que sólo usa camisetas de grupos raros y escucha los discos más desquiciados. Lo sé porque cuando se cansa de ellos, me los vende a precio de amigos. Y yo, claro, los compro. Las camisetas no puede vendérmelas porque él es muy grande y yo muy pequeño. No me gusta mucho andar baggy por allí, por más que me guste James. Ustedes entienden.
Pero estoy divagando (digression, Mr. Caulfield.) Hablaba de Sit Down. In love, in fear, todo eso. Bueno, podría hablar solamente de la canción, de cómo suena, de todo eso. Puedo. Pero ustedes no quieren eso. Usé la canción para hilar con una pequeña anécdota, supongo, porque ya saben que así funciona mi cabeza. Y me gusta.
La vez pasada que viajé a la capital en autobús se sentó al lado de mi un niño. Tendría unos 11 o 12 años, no sé, una de las edades que definitivamente más me gustaron, a pesar de todo. Llevaba una playera amarilla muy amarilla y una mochila gigantesca. Tuve que ayudarle a colocarla en el compartimiento superior, pero al poco rato tuve que ayudarle a sacarla de allí mismo. Sacó de ella un iPod y un libro también gigante, lo que tal vez explicaba el tamaño de la mochila. ¡Vaya sorpresa!
Se puso a leer, como si fuese lo más natural del mundo, el Amphigorey, de Gorey. Y, por supuesto, no es lo más natural del mundo.
Los niños de ahora (decir esto me hace ver y sentir anciano aunque no paso de los 25) simplemente no hacen eso. Claro, lo de Gorey son como cómics, como cuentos ilustrados, pero no son los X-Men, por ejemplo, y no es que tenga algo contra los mutantes. Pero, ¿es que los niños de ahora comienzan con Gorey? ¿Y a los 13 dominan a los situacionistas, ya no decir a los existencialistas enteros? ¿Y a los 25 ya leyeron completo e Crowley? No sé, creo que ya no les conozco.
Estoy alargándome mucho. Sorprendido como ya se nota, le hice conversación al niño, forzándolo de buena manera a quitarse los audífonos del iPod. Le pregunté sobre Gorey. Respondió. Desdeñó a Tim Burton porque era sólo un copión. Habló de su abuelo, de aviones, de trenes, de The Clash (¡¡!!) porque su primo mayor le había dicho que eran mucho mejores que Green Day y de guitarras (Gibson y Fender, pero no tenía mucha idea de Rickenbackers.) Y, luego, sin disculparse, se puso de nuevo los audífonos y consideré poco apropiado interrumpir por segunda vez lo que estuviese escuchando. Posiblemente The Clash. Ojalá.
Otra vez que viajaba, aunque mucho más cerca, decidí llevarme un viejo DiscMan Sony que tengo por allí. No lo uso nunca, pero como no tengo iPod y decidí que no quería ver las películas que ponen en los autobuses, lo cargué. Sería un viaje de apenas dos horas. Metí un par de discos a mi bolso de cartero y a viajar.
Uno de los discos era el Standup Comedy de Woody Allen en Rhino. Ya saben, una selección de clásicos chistes de su primera etapa, The Moose y Oral Contraception y The Vodka Ad y... A medio disco, el track 11 o algo así, yo ya no podía contener la risa. Al lado de mi viajaba un señor de unos 50, de sombrero y camisa de franela, hombre de campo con manos curtidas, blah blah. Y comenzó a verme extraño. Yo reía con los audífonos puestos y el señor no pudo resistir preguntarme, como yo hice con el niño, de qué se trataba todo aquello.
-De Woody Allen.
Y él no entendía nada. Así que ahí me tienen, explicándole quién era Woody Allen, contándole un par de chistes, describiéndole a un neoyorquino bajito, judío, neurótico y todo eso. Y el señor comenzó a reir. Como yo, a carcajadas. Sólo de imaginarlo. Woody Allen haciendo reir, indirectamente, a un hombre de campo que nunca había escuchado hablar sobre él y que seguramente nunca verá ninguna de sus películas, ni leerá ninguno de sus libros. Que me jodan, pero eso es magia.
Those who find they're touched by madness, sit down next to me.
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