lunes, 28 de diciembre de 2009

23. The Work Song.

No me gusta hablar de trabajo. De mi trabajo, se entiende. Mi amigo Tx tiene razón. Él siempre ha dicho que para qué hablar de lo que uno hace para ganarse la vida cuando hay vida que perder en las horas en que no se trabaja. Dice que habiendo tanta música y tantos libros y películas y gamberradas qué hacer que es un desperdicio hablar de ciertas cosas. Se entiende.

Que no se espere, pues, que cuente nada sobre lo que hago para pagar la renta. Eso sí, mi trabajo es un trabajo y todo lo que se espera de él: gris, rutinario, poco emocionante, uno-que-cualquiera-podría-hacer-creo-yo y que paga la quincena a tiempo. Como tú. Como él. Como ella. Como todos.

Como casi todos. O no sé.

Soy el tipo de persona que suele fantasear todo el tiempo. Mente atrofiada o mente privilegiada, tú decides. A veces fantaseo que uso el único conocimiento real que tengo, música y basuras así, para ganarme la vida. Es decir, que formo un grupo de éxito, manejo una tremenda estación de radio o algo así. Pero siempre me desanimo.

La primera cosa que me tira es que, hey, tengo conocimientos pero nunca seré el mejor. The top. Y esta lleva a la segunda. La segunda es que, definitivamente, no soy el mejor pero difícilmente soy el peor. Casi siempre son los peores los que están arriba. The top. The worst. Pero los que lo han logrado de una o de otra manera.

Esta una o de otra manera es la que da miedo.

Además, la tercera cosa (¿o es aún la primera? ¿la segunda?) es que, al final, hacer eso se convertiría en mi trabajo. Trabajo-trabajo. Y todo lo que se espera de él. Es decir, ceder a intereses ajenos para poder pagar la renta, entregarle horas que uno no quiere ni debe entregar y, al final, caer en la rutina. Mi grupo se convertiría en una lucha de egos, en hastiados intentos por hacer otro número 1, una gira más. Mi estación cedería o moriría. Soy demasiado impráctico. Nunca podría ser un jefe. El Jefe.

Tranquilo. Nunca lo serás. No hay posibilidad. Eso me alegra.

Por eso, vamos, no me tildes de imbécil. Si no dejo de hablar de estas cosas, mis cosas, de mis discos y revistas y tebeos y películas y vídeos no es porque sea un insano. Es porque creo en esto. Es porque es mi vida. Mi vida real. Mi vida que quiero.

Cuando quieras, discutimos lo que quieras. Eso sí, remojando la garganta en el bareto de Don Gato.

domingo, 15 de noviembre de 2009

22. Video Killed.

Estar metido en casa en sábado por la noche no era una costumbre, hasta ahora. The Unabridged lleva siempre ahora un mal humor de no soportar, serio como puerco y totalmente autista, hacia adentro. Hablar con él desde la partida de Quant es como hablar con los zapatos más feos del mundo: sabes que tienen montones de historias, pero no quieres ni verlos. Sólo que acá él tampoco quiere ni verme. Ni a nadie.

Los demás están también bastante autistas. Nomiya recién se consiguió un novio nuevo, así que ni caso hace. Hay que ver qué sucede. Nomiya es bastante melancólica y le fascina, por lo que cambia de novios como de canción favorita - de hecho nunca deja correr una canción completa: la deja por un minuto o un poco más y luego la cambia. Por eso prefiere los cedés. Y las relaciones tortuosas, para justificar las canciones tristes a todas horas. Allá ella.

El novio nuevo de Nomiya, por cierto, lo conoció en la tienda de discos y se medio enamoró de él por la pinta de gafapasta que tanto le gusta. Y luego cuando le vio sacar del rack un disco de los Aislers Set cayó. Me contó que se acercó un poco más (Nomiya es de las chicas que ligan) le vio una chapita de (¡ugh!) Morrissey. Y la perdimos. Nomiya es lectora de la NME. Se entiende.

Divago. Nomiya no está disponible, tampoco. Pero es temporal. El Zinedine se consiguió un trabajo de noche y lo sorprendente es que trabaje. Su día libre es el lunes, por lo que es garantía que le veremos menos. Supongo que también será temporal.

Y no hay Quant.

Pero tampoco soy un quejica. Lo soy, en realidad. Pero no tengo derecho. Así que salgo, compro un six (oscura, en botella por supuesto) y porquerías para comer, desempolvo unos vídeos y enciendo la VCR. Si mis cálculos son correctos, no uso esta VCR desde hace unos dos años.

Play.

Primero, unos vídeos. El sello de agua MTV en el noreste de la pantalla. Una bandilla que cambia de color dice '120 minutos.' Esto, recuerdo, lo grababa a veces a medianoche. Grupos de guitarras. Canciones de falsa nostalgia: algunas funcionan (y muy bien) pero las más, no tanto. Tras seis (¿siete?) clips y dos birras (¿dos?) la imagen termina. Hay ruido de estática y abruptamente comienza una escena de una porno. Vaya cosa. Así ocupaba mis noches de sábado hace unos años. No bien termina su faena el sujeto biendotado sobre los pectorales de una espectacular damisela cuando, de nuevo, se corta la imagen y hay estática.

Ahora aparece un sujeto con una pinta de pusilánime que se cae. Es un presentador de televisión. Las gafas, la boca chueca y el peinadete de bailarín de boy band noventas lo hacen insoportable. La camisa y la gigante corbata rosada empeoran la cosa. ¿Por qué está allí? Habla y habla, pero no entiendo. Preferiría seguir con la porno. ¿Por qué grabé esto?

El presentador entonces grita algo que da sentido a todo. Presenta a Los Sugus. Son Los Sugus en la tele. La única vez que estuvieron en la tele. El canal local, el 10, con su programación de espanto, tuvo aquella vez a los Sugus, tocando en vivo. Fue memorable. Fue desquiciado. Fue la única vez que aparecieron. Solicitaban grupos para un programa de revista musical de domingo. Me contaron que les dejaron tocar porque cuando hicieron audición tocaron una versión de I Started A Joke. No podía ser otra.

Sólo a un descerebrado se le habría ocurrido dejarles tocar en vivo. Por suerte, había más de uno en el 10. Tocaron en vivo, tocaron En el bulevar, un hit enorme y terminaron haciendo un ruido de lo más sórdido. Los que les acompañaban invadieron escenario y echaron abajo la escenografía. La clon de Françoise Hardy colocó en el bombo de la batería un poco de pirotecnia ilegal (adquirida en la central de abastos en la carretera, por supuesto) y la encendió. Se quemó una pierna, claro, pero todo salió al aire. Los productores estaban demasiado sorprendidos como para poder siquiera mandar a corte.

Y se corta la imagen. Estática. Y luego, nada. Smash!

Mi corazón late tan veloz como McQueen en Le Mans. Me levanto para sacar el caset de la VCR y derramo cerveza sobre la alfombra. Me quedo fijo, inmóvil, alguien presionó el botón de pausa y le divierte ver el gesto imbécil que se me ha quedado. Me siento raro.

Lo admito, eso que acabo de ver no es mucho. No es el gesto más rock and roll, ni siquiera el más original. Los grupos lo hacían desde los 60. ¿No es cierto, Keef, Looney? Tampoco era el mejor grupo del mundo.

Pero a los quince ver a tu grupo del barrio desafiarse y desafiar a todos de ese modo es emocionante. Lo más. Fue nuestro 63. Nuestro 77. Nuestro 89. Nuestro 94. Y duró nada, pero existió. Lo mejor de todo es que, a pesar de los años, sigue tocando nervios muy sensibles y sigue invitando a la acción.

Al final, quedarse en casa fue lo mejor. Rewind. Eso sí, me saltaré los clips.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

21. I'm Not Destined to Be a Loser

Los destinados a perder no pueden darle la vuelta a la cosa. No le busques tres pies al gato, que se los encontrarás. Quisiera hoy bailar aquel himno de los Ellingtons (ah, el Casino) pero no me sale hacerlo. Estoy entumido por la rabia y la fiebre.

domingo, 27 de septiembre de 2009

20. Wunderbar.

No sé tú.

Para mi estar tirado en un colchón sucio en una casa extraña con paredes púrpura a las 6 de la mañana, mareado tras una fiesta salvaje, bebiendo una terrible mezcla de Antillano con refresco pero no importándome un carajo, rodeado de gente en plena epifanía ebria, los zapatos fuera porque cómo bailamos, afuera un frío espantoso, adentro un calor enfermo, escuchando Link Wray ("no se dice a-diós, se dice a-Linkwray"), hablando con sujetos que tienen bandas imaginarias y con chicas que me hablan de The Pogues, Tenpole Tudor, El Rey Elvis (Costello) y Big Star (¡Big Star!)... para mi eso es vida.

Sí, mi amigo. La semana fue horrible. El trabajo en el hospital, la oficina, el taller y las largas caminatas por calles sucias y esas feas comidas de a pie y esa multa que te pusieron por dar vuelta en lugar prohibido y -¿sabes qué es lo peor?- que no fue tu culpa y que aunque lo haya sido qué carajos te da, de todos modos todo está resuelto y nadie ha muerto... Pero así son las semanas. Los días. Las horas. Largas como una mala canción de rock progresivo. Pero todo tiene sentido en noches como la de hoy.

No, no he descubierto el amor. Tampoco la cura para el cáncer, pero sí para el aburrimiento perpetuo de este lugar. No he logrado nada que a ellos importe. Decididamente nunca estaré en una enciclopedia, pero por lo mismo siempre estaré libre de polvo. Porque estoy en movimiento.

Te perdiste de una gran fiesta por lamentarte por el dinero que perdiste. Y de todos modos, todos te invitamos una cerveza. No sé en dónde las metiste, porque con la de amigos que tienes debiste ponerte loco, a lo irlandés que, por cierto, también son tus favoritos ("there's whiskey in the jar-oh...") Luego, te perdiste de una gran post-fiesta porque seguías lamentando no sé qué cosa de la semana. Never take it so serious.

Además, no había nada de qué quejarse en esa habitación. A menos que seas un jodido burgués. O que tengas 70 años, lumbagia, hemorroides y cáncer en la piel, seas abstemio y panista. Nada de lo que eres. ¿O cuándo, en nuestras juergas tercermundistas, escuchaste chicas hablando sobre The Pogues, Tenpole Tudor, El Rey Elvis (Costello) y Big Star (¡Big Star!) o bebiste, con orgullo, el peor brebaje alcohólico de este lado olvidado del mundo? ¡Despierta!

Diviértete, mi amigo. Hoy yo vuelvo a invitar. No te duermas. Sólo tienes 23.

martes, 18 de agosto de 2009

19. Daisy Glaze.

La otra noche me quedé muy tarde hablando con The Unabridged y con Quant. Tirados sobre una alfombra que me traje al piso de un bazar porque se veía lo suficientemente mullida como para, en aquellas noches, caer en ella sin necesidad de ir a la cama y no despertar con los huesos rotos. Estábamos allí, escuchando no recuerdo qué (rumbas gitanas, corridos vulgares, rock duro, qué más da), hablando sobre caricaturas de serie-b de los 80 (¿gatos en rollers? ¿dinosaurios astronáuticos? ¿horrendos grupos glam?) y sobre películas-que-realmente-importan (Withnail and I y nada que conozcas.) Y entonces, así de la nada, Quant dijo que se iba a Londres.

Londres, of all places.

Londres, la capital del mundo. La pocilga más asquerosa y el templo más sublime.

¿Que si he ido? Nunca. Nunca, pero he escuchado más discos que tú. Ahora entiendes. "Londres."

-¿Y por cuánto tiempo? ¿De dónde salió la idea? ¿Qué vas a hacer?

No, pues ya sabes, a ver qué sale por allá, ver mundo, nuevos aires, dormir en donde sea, encontrar algo ilegal con qué ganarse la vida. Un plan tan bueno como apestoso y condenado al fracaso. La idea salió. No necesito explicarte. Necesitaba irme un rato y qué mejor que irte a un lugar imposible. Irse lo que es irse. She's leaving home. Throwing my baby out with the bathwater. Conocer. Y si nada resulta, pues regreso. No pierdo nada.

-Bueno sí, un montón de dinero en el vuelo.

Mejor que perderlo de juerga por acá, tú sabes, no es porque sea malo pero igual iba a gastar ese dinero en una tontería y qué mejor que gastarlo en una Gran Tontería.

The Big Stoopid, stupid. Tú sabes. Así habla Quant, así que no podía estar soñando ni nada. Y para terminar de comprobar lo real del asunto, se quitó sus gafas gigantescas y me las arrojó en la cara.

-¿Y qué sigue? ¿Cuándo?

De inmediato, pronto, This Is How It Feels, ya. De hecho están hablando conmigo por última vez en un tiempo, qué bueno que están acá, ya les traigo algo de recuerdo, aunque sea un pedazo de concreto de la calle o una basura que recoja de por allí aunque en ese lado del mundo no hay basura en la calle y si la hay debe ser basura hermosa, como esa portada de los Mondays...

-Pero son envolturas de dulces americanos. Hasta dice "Made in the Good Ole U.S.A." o algo así...

Me entiendes. Dame mis gafas. Ya será. Bonita alfombra, no te atrevas a vomitarle encima. Quita ese disco, es un fastidio, cómo te gusta eso (cómo no te gusta a ti), un abrazo y, venga, que llamaré para que venga un taxi...

-No tengo línea. Cortada.

Pues salgo a conseguir uno. The Unabridged me acompaña. Y hasta casa. Hace frío. Nos vamos. No le hagas nada a la alfombra, que la quiero así cuando esté de regreso. Que sea un trato. Te traigo una basura de la calle, entonces. Cuídate.

Serge Gainsbourg, pienso. Je suis venu te dire que je m'en vais.

Afuera sí que hace frío. Quant se aleja calle abajo del brazo de The Unabridged. A él nunca le impresiona nada. No hizo ni un gesto. Él contó alguna vez que estuvo en Londres, aunque nunca hemos sabido si fue una de sus tall-tales o un recuerdo real. Como sea, Quant se va.

No le creo. No le creo. No le creo. Es una cobarde. No se irá. ¿Y qué voy a hacer yo? Todos siempre se van.

No le creo. Voy adentro. Hace demasiado frío. Y sí, lo que suena en el tocadiscos es un fastidio.

lunes, 3 de agosto de 2009

18. In The Still of the Night.

Lleno de polvo, las manos negras, tirado en la alfombra. Los audífonos bien puestos, estéreo para el dolor de domingo, los pies cansados y los ojos con resaca escondidos detrás de unas gafas negras, cerrados.

¿Por qué hay días tan insoportables?

Estiro la mano para alcanzar la bufanda que está tirada a mi lado, recién comprada, vieja y llena de olores, azulgrana. Los domingos son de rituales y el de la búsqueda de artefactos no se interrumpe mas que a veces, cuando el sábado ha succionado toda la vida que quedaba, o todo el dinero. Llenarse de polvo y suciedad entre bazares, tiraderos, garajes, sótanos, templos llenos de cosas viejas, de discos, de basura y tesoros es tan necesario como la medicina de un enfermo. Porque al final nosotros, acumuladores de símbolos, coleccionistas de basura, somos unos enfermos.

La cosa es que, ¿ves?, nuestra medicina no cura. Alimenta la enfermedad.

Somos unos jodidos adictos. Una vez alguien me dijo que era como las señoras de sociedad que compran porque necesitan la emoción de comprar, el cuerpo y el cerebro piden ciertas sustancias que... Como sea, tal vez es cierto. Pero no puedes comparar el hallar una buena canción enterrada en un ático con nada.

You've got it. Como el hombre obsesionado con una melodía en Pierrot el Loco. Así. Est-ce que vous m'aimez?

Pero hoy todo duele demasiado como para que el ritual haya servido de algo. La caminata sólo sirvió para abrir las heridas de los pies; la piel no tiene su color y los ojos se me saldrán como pechos de una supervixen de Russ Meyer. Y no es todo. Adentro tambíén duele. A bruised soul.

Tengo, eso sí, una bufanda nueva. Vieja, pero nueva. Azulgrana, como debe ser. Recuperé un disco que regalé hace mucho a un amigo al que ya no veo porque se fue del país (como todos, huir está de moda) y compré un 7" sólo porque me gustó su picture sleeve: una chica, un globo, una carretera. A que puedes armar una historia con esos tres elementos. Sí, vale, falta the gun, Godard, pero esas se pueden esconder fácilmente debajo del vestido. Supongamos que lleva una.

Me pongo la bufanda sobre la cara. La luz de tarde de domingo es deprimente. Es una luz como de aquella tarde en que tu equipo perdió la final. Siempre es así, la maldita tarde del domingo, como un rayón en tu disco favorito. Y todo duele. Duele mucho. Estoy agotado. Seco. Lleno de polvo y suciedad, con las manos negras. Los dedos tiznados casi siempre son señal de triunfo, de una batalla ganada, de un tesoro descubierto, pero hoy no.

Hoy sólo suena un disco. En los audífonos, estéreo para el hastío y la tristeza del domingo. El mundo va a terminarse en un domingo y no será un gran bum sino un tremendo lloriqueo, una agonía con luz perdedora y sin música ni azúcar. Y el sábado previo será como anoche: una gran fiesta, en la que todo se construye para caerse.

Todos se divierten. Menos tú. La broma está en ti. De la euforia al fondo del vaso y del suelo en unos segundos. Scratch. Resbaló el disco, la canción se rompió, caíste en un pozo ciego de remordimientos. The needle and the damage done, por partida doble, in every possible fuckin' way. Todo pasa en la quietud de la noche, mientras todo duerme, porque te atreviste a desafiarla.

Cuando sales a la noche sabes que tendrás que pagarla por el día. Nada es regalado. El problema es esta maldita pesadumbre. Sabía que perdería. Pero no sabía de qué manera.

Y tengo que levantarme. Se acabó la música. Hay que voltear la cara B y volver a la alfombra. Estéreo para el dolor de domingo. Y en lunes, tal vez, depende de cómo vaya la cosa, back to mono.

miércoles, 29 de julio de 2009

17. No God Only Religion.

Y sí. Noches así sólo son para ponerse los audífonos, el Ladies And Gentlement We Are Floating In Space de Spiritualized y tirarse en la cama.

miércoles, 15 de julio de 2009

16. Days of the Broken Arrows.

Ya lo dijo Gómez Vargas: cuando la vida sea un lío, ve a la biografía. A tu biografía.

Survival kit para estos días, señor Allen:

Los Undertones. The Majestics, (I Love Her So Much) It Hurts Me, la mejor canción de amor de todos los tiempos. Alphaville, une étrange avénture de Lemmy Caution. Kaliman. Pharoah Sanders, The Creator Has A Masterplan. James Brown. Lionel Messi en el FCB, el 2-6, el 4-1, el 2-0. My Bloody Valentine. Hunter S. Thompson. France Gall y su flequillo. Daddy de Loup Durand. Pavement, Painted Soldiers. Hal Ashby, especialmente Harold and Maude y Being There. Peter Sellers. La comida china de los miércoles. Los Beatles en A Hard Day's Night. Pattie Boyd en A Hard Day's Night. Edie Sedgwick. Azie Lawrence, Pempelem. Top Gear. Los Del-Shapiros. Young Frankenstein de Mel Brooks. Los Sugus. Betty Davis. Audrey Hepburn en Charade. Los hermanos French disertando torpemente, pero con fervor, sobre sus cult films preferidos. Té de limón. Anna Karina en Une femme est une femme. The Idle Race.

Y mi sombrero pork-pie. Y una sombrilla y mis peores zapatos, por si llueve.

domingo, 12 de julio de 2009

15. Sunday Morning.

Quant me llamó por la mañana. Yo tenía resaca, qué raro, y lo digo en serio. Qué raro. No es otro sarcasmo. Tengo un buen estómago como para comer lo que prepara Don Gato en el bar, para disfrutar a Herschell Gordon Lewis y para despertar sin resaca los domingos. Y hay sábados en los que, cuando se reúne el Clan, bebemos como si la cerveza del mundo fuese a terminarse. La cerveza oscura del mundo, claro está. Black is always better.

Tengo mi propia técnica evita-resacas. Pero no pienso decírtela y menos aquí. Sunday morning, praise the dawning.

No es el punto, de todos modos. Decía que Quant me llamó por la mañana. Ella sí tenía resaca. Me llamó para decirme que se había olvidado la cartera en el bar o la había perdido en el transcurso de la noche. El dinero, como sea, lo iba a perder de una o de otra manera, dijo, pero la foto del Zinedine (¿por qué siempre me gustan los enclenques calvos? solía decir) esa sí que me da rabia perderla. Y la pick del guitarrista de Los Sugus iba allí, también.

Calma que llamamos al bar y preguntamos a Don Gato, le dije. Si se quedó allí, él la habrá guardado. Si no está en el bar, estamos en problemas. ¿Por qué cargabas la pick del guitarrista de Los Sugus en la cartera si siempre estás perdiéndola y dejándola en lugares? No es la primera vez. Como sea, mejor duerme un rato más, Quant, descansas la resaca, desayunas bastante y luego llamas. No te hace nada bien preocuparte ahora.

Pero no, Quant insistió. No podía dejar perderse la foto del Zinedine (como si no lo viese cada fin de semana, la muy bestia) ni la pick del guitarrista de Los Sugus. Es que quién podría perder tal pedazo de memorabilia, Quant. No puedes perderla. Los Sugus hicieron la mejor versión de Bad Little Woman en toda la historia y un EP de putamadre y vestían muy bien y lástima que nunca más se supo de ellos y sólo los viste tres veces en vivo y hasta te besaste con el guitarrista de Los Sugus en el Shapiro -aquellas noches de Shapiro, qué buen local- y a mi me parece, Quant, que te haría bien dormir y dejar dormir. Para tranquilizarla le digo que estoy casi seguro que se quedó en el bar. Estoy casi seguro que no se quedó en el bar.

Capaz que la tiene alguien más del Clan, Quant. No sé, no creo, dice ella con un más sueño que resignación. Casi puedo escuchar un bostezo. Toma un poco de paracetamol, duerme bien cobijada un rato más y por la tarde buscamos tu cartera. Venga. Hit the road, Quant. Que yo haré lo mismo: paracetamol, almohada y cobija. Y agua, un buen trago. Todo lo que hago es beber...

Colgué el teléfono. Me tomé un par de pastillas blancas (canallas), bebí un litro completo de naranjada caliente y me metí a la cama, de nuevo. Soñé con Los Sugus, con su baterista clon de Françoise Hardy pero siempre vestida de negro y blanco y cómo nunca pude atrapar ni un solo drumstick que lanzó y de todas maneras un drumstick no cabe en una cartera y la portada DIY del EP sin nombre de los Sugus y cómo hicieron para lanzarlo en vinilo si eran una banda de la ciudad, de esta ciudad, tan terrible tan ciudad y cómo soportaba la Françoise Hardy two-tone vivir aquí si ella pertenecía a París y cuánta sed y por qué nunca hicieron Los Sugus versiones de los Flamin' Groovies. The fool.

Desperté por la tarde. Revisé los bolsillos de mis 501. Ahí estaba la cartera de Quant. La foto del Zinedine, claro. La pick del guitarrista de Los Sugus, también. Lo que no estaba era mi cartera. Ni mi dinero. Ni mi tarjeta del videoclub. Ni el teléfono aquel al que nunca hablé porque soy un fuckin' yellow. Carajo. Ahora soy yo el que tiene que preocuparse.

Lo bueno es que un drumstick no cabe en una cartera.

martes, 7 de julio de 2009

14. Staying Out For The Summer?

-Verano de mierda.

Como todos, chaval. Como todos. Desde aquellos veranos pubertos, imberbes e inocentes, ya no hay nada. Nada.

No digo nada nuevo si te lo digo. Tú también lo sabes. Esos buenos días ya pasaron. Ya no creces a la par que las chicas, esa gran novedad, ni descubres que sientes cosas nuevas, ni escucharás a Primal Scream por primera vez nunca más. Qué envidia tengo de ese niño sin criterio ni pudor que tuvo que detenerse cuando escuchó Movin' On Up la primera vez. Es que, ya sabes, las primeras veces te marcan. Ya dijiste. Y cuando menos lo esperas -lo siento, John Hassall- ya perdiste tu sense of wonder y estás trabajando para The Man o, peor, te conviertes en The Man...

Como sea, ya no hay veranos así. Antes incluso el calor era bueno. No importaba. Si hacía calor nos íbamos a la piscina a ver cuerpos y a tirarnos de cabeza, el sol nos tiraba la piel y la reponíamos con un baño frío, escuchando en la radio algo del This is Hardcore o a los Beatles y los Stones (who made it good to be alone) en radio oldies, qué más daba, el punto era escuchar, escuchar, escuchar, cantar. Nada del otro mundo. Y se era más o menos feliz. Luego vendrían los golpes, de todo tipo, el punk y los raros peinados nuevos, los pantalones baggy, los estrechos, los más estrechos. Pero en esos veranos no importaba. Lo bueno es que jugamos rayuela como si se nos fuesen a acabar los buenos tiempos.

Bueno, ya. Tampoco es para tanto. Sólo es que no soporto caminar bajo el sol. Este sol.

-Verano de mierda.

viernes, 19 de junio de 2009

13. Wan Light.

Is this what life is all about?

Entrar a un sitio y que esté sonando la música correcta -you know- sucede muy poco. Casi nunca. Sí, acúsenme. Yo me acuso. Soy un jodido snob, nunca estaré satisfecho y las únicas fiestas en las que la música me gusta siempre es en aquellas en las que yo estoy girando los discos en la tornamesa. Lo siento. No puedo evitarlo.

O sí. Sí puedo evitarlo, pero no quiero. Como sea. No importa.

La otra vez fui a una fiesta con los skinheads (yo no los llevo a los bolos, ¿entiendes? ¿ves a qué me refiero?) y la música era impecable. Pero comenzó a sonar, ya cuando todos estaban muy ebrios y poniéndose violentos, un reggae tan denso que creí que iban a crecerles rastas. Y me puse mal y tuve que salir a tomar aire.

Otra vez en un bar comenzó a sonar Pulp. Muy bien, recuerdos de adolescencia, nada mal. Luego, los Bunnymen. Nada mal. Era Lips Like Sugar, igual que con Pulp era Babies, pero vale. No pasa todos los días. No acá, lo juro. Después, los Buzzcocks. Ever Fallen In Love, por supuesto, pero no puedo quejarme. Era un bar, al que había entrado sólo porque quería unas cervezas, no precisamente porque lo conociera. Comenzaba a sentirme como en casa cuando sonó Two Princes. Sí, los Spin Doctors. Piensa lo que quieras, tuve que pagar y salir. Porque, además, lo que seguía era Song 2 de Blur. No pienses mal, me encanta Blur. Pero... ¿whoo-hoo? ¡Por favor!

Ya te das una idea.

Sé lo que dirás. Que cuando yo estoy girando los discos también hay gente que se siente así. Sí, seguramente. ¡Pero yo nunca pongo Two Princes! Y mi Stevie Wonder ya ni siquiera incluye Innervisions. Cuestión de personalidad. O de principios.

Pero el fin de semana pasado fue otra la historia. No sé. Bebí demasiado whisky (la mitad de las copas fueron cortesía de la casa, ya que mi amiga J trabaja de mesera allí) y, de verdad, todo estuvo en su lugar. Y, por tercera vez en toda mi vida, me vi en la cabina del pinchadiscos, felicitándole, pidiéndole una mix-tape y su correo electrónico. Así.

Comenzó con un poco de jazz. Blue-Note. Suave (se pronuncia suáf.) Luego, mucho soul. Deep Soul, Northern Soul, Southern Soul, Motown, Stax, Deram, sellos raros, subsellos, soul joto, Philly, Latin Soul, Rare Soul, R&B, Disco (good Disco, man!), reggae machacón, ska, Two-Tone, ¡new wave!... y todo tenía sentido. Y todo temblaba por los tragos y por las decenas de pies saltando sobre la misma duela. Escuché tantas cosas nuevas y tantas cosas conocidas que canté con el fervor de una devota en el templo... Y entonces comenzó a sonar Orange Juice. De verdad. Y tenía sentido, todo tenía sentido. ¿Es pecado juntar música blanca y negra? Oye, a veces es pecado dividir la música en blanca y negra. Mientras tenga alma... ¿O ya digo cosas que no quiero decir?

Ahí estaba yo, cantando, brincando, girando. Wan light is around my heart! Y caí. Caí, de caer, no hablo en figuras, caí de verdad. Sobre la duela, con los oídos zumbando, el corazón saliéndose y los músculos muertos. Life bega-a-a-a-an when I met you! Golpe en el suelo.

Desperté con los oídos destrozados, el estómago tan deshecho como una guitarra en manos de Pete Townshend y con la peor resaca de mi vida. Pero con una gran sonrisa y una recopilación de floorfillers en CD-R. A veces pasa. Y a veces lo vale.

lunes, 15 de junio de 2009

12. I've Got Me Parka.

Como la canción de The Sussed.

Hay regalos buenos y los hay significativos, supongo. Un buen regalo es un lujo, como una primera edición francesa de Serge Gainsbourg o un box-set de la Velvet Underground. Un regalo significativo es más como que alguien ponga, en mi honor, a sonar a Doris Troy con su Just One Look, porque quien lo haga me conoce y sabe que es de las canciones de mi vida, que la escuché por primera vez a los seis o siete años, se quedó en mi cabeza hasta que tuve edad para que las canciones importaran y cada que la escucho me mareo como lo haría con un whisky triple de un solo trago. Un buen mareo. You got the idea.

Vito es un compañero de batallas que ya no vive en la ciudad. Un mod de la vieja escuela, purista y obsesivo, con acento extranjero (porque, además, es extranjero) y con buenos puños y pies, los primeros para pelear, los segundos para bailar soul. Vito y su Soul System. Vito y su aversión a las computadoras. Por eso es que ya casi no sé de él, porque ahora todo el mundo se contacta por Internet. Él no. La llamada ocasional, la carta estrictamente a mano, lo cual, después de todo, es una costumbre inmejorable.

Otro buen hábito, ya que se fue de la ciudad, fue seguir en contacto mediante buenos regalos. Buenos. Él me envía un single de Ray Charles, yo a él uno de los Del-Shapiros. Y así, ya saben.

Vito solía montar una Vespa azul impecable, que rugía de vieja y de elegante. Era única en la ciudad. Y, claro, solía despertar la envidia de todo el mundo. Ya saben, un mod. No tengo que explicarles mucho.

Siempre discutíamos sobre el valor de la nueva música y sobre el eterno tema de avanzar, aprender, qué es lo modernista y cómo ser modernista. Como sea, las discusiones en realidad eran un pretexto para emborracharnos con clase y sin medida: Solomon Burke, el Casino de Wigan, Tiles, la negritud, George Best, Maxine Brown, Thelonious Monk, La Calle, revival o no revival, Zoot Money y la Big Roll Band, la anglofilia, su infancia en un clima político insoportable y cómo La Vida Total le había salvado la vida, así con mayúscula y minúscula para distinguir.

Y un día se fue. No se despidió, muy a su estilo. Supe su paradero por el primer disco que me envió, uno de Cooper, el Días de cine con David Bailey y Catherine Deneuve en la portada, con una nota: "Te mando este porque sé que te gusta, chaval, pero no abandones El Ritmo." Yo le envié un single de Mike Laure que me encontré de segunda mano, con una nota: "Esto sí que es Ritmo." Y así, ya saben, el humor de los melómanos, strange, indeed. Las cartas en adelante, comenzaron a llegar con direcciones de distintas partes del mundo y, claro, los discos que las acompañaban eran ediciones de distintos países. Vito, el trotamundos.

Un día, dos o tres años después, llegó el cartero a mi casa con un paquete bastante grande. Remitente: el fanfarrón más grande de todos que me había enviado, en apariencia, un buen regalo. Hasta en eso tenías que ir un paso adelante, cabrón. Adentro del paquete, sin embargo, había también uno significativo.

Carajo si lo iba a ser. ¡Era una jodida parka! ¡La parka de Vito, llena de parches y de historias! Llena de manchas de cerveza, con un olor a calle. Y la nota: "Cuídala, es tuya. Tiene mil batallas, así que es tu uniforme de guerra." ¡Me estaba regalando uno de sus objetos más importantes! ¿Estaba volviéndose loco? ¿Se retiraba? ¿Tenía una enfermedad terminal? Tiempo después, en otra carta, me dijo que "se le había ocurrido." Vito, al fin.

La verdad es que nunca me encantaron las parkas. Coincido con Kiko Amat cuando habla sobre lo feo de la legión verde de parkas en el revival mod de los 70 en contraste con la verdadera elegencia, sobre como se convirtió en una prenda fetiche sinsentido que no sólo no se ve muy bien, sino que antes tenía el fin práctico solamente de no ensuciar los trajes de los dandies citadinos cuando montaban sus Vespas y sus Lambrettas. Pero... ¡qué más da! I've got me parka, que antes vio no sé cuántas cosas, que asistió a los mejores conciertos, a las mejores allnighters. Algo así vale. Es una herencia de sangre, de soul. Por eso he decidido que la historia de esta parka debe continuar.

Comencemos esta noche. Nos vamos de fiesta.

domingo, 7 de junio de 2009

11. Sit Down.

Those who find they’re touched by madness
Sit down next to me
Those who find themselves ridiculous
Sit down next to me...
-James, Sit Down.

Cuenta la leyenda que cuando algún pinchadiscos hacía sonar esta canción alrededor de 1989, la muchedumbre se sentaba. La gente hip de Manchester en el Haçienda (Fac51) tomaba asiento, donde fuese, in love, in fear, in hate, in tears... in sympathy. O eso me contaron. No creo haber escuchado mal.

Dice mi amigo Tx, uno de los anoraks más intensos del mundo, que James es una de esas bandas que no desagradan a nadie, a todos gustan, pero al mismo tiempo nadie se declara fan de James. Puede ser. Aunque también creo que eso lo sacó de algún lado, de alguna revista, de alguna crítica, porque Tx es, ya lo dije, intenso e indie de verdad. ¿Dije la palabra prohibida? Pues sí, así es Tx. Ni le menciones algo remotamente mainstream, porque sólo comenzará a vociferar sobre la C-86 y Sarah Records y Creation y Julien Temple y post-punk y Bill Drummond y vaya que me consta que sólo usa camisetas de grupos raros y escucha los discos más desquiciados. Lo sé porque cuando se cansa de ellos, me los vende a precio de amigos. Y yo, claro, los compro. Las camisetas no puede vendérmelas porque él es muy grande y yo muy pequeño. No me gusta mucho andar baggy por allí, por más que me guste James. Ustedes entienden.

Pero estoy divagando (digression, Mr. Caulfield.) Hablaba de Sit Down. In love, in fear, todo eso. Bueno, podría hablar solamente de la canción, de cómo suena, de todo eso. Puedo. Pero ustedes no quieren eso. Usé la canción para hilar con una pequeña anécdota, supongo, porque ya saben que así funciona mi cabeza. Y me gusta.

La vez pasada que viajé a la capital en autobús se sentó al lado de mi un niño. Tendría unos 11 o 12 años, no sé, una de las edades que definitivamente más me gustaron, a pesar de todo. Llevaba una playera amarilla muy amarilla y una mochila gigantesca. Tuve que ayudarle a colocarla en el compartimiento superior, pero al poco rato tuve que ayudarle a sacarla de allí mismo. Sacó de ella un iPod y un libro también gigante, lo que tal vez explicaba el tamaño de la mochila. ¡Vaya sorpresa!

Se puso a leer, como si fuese lo más natural del mundo, el Amphigorey, de Gorey. Y, por supuesto, no es lo más natural del mundo.

Los niños de ahora (decir esto me hace ver y sentir anciano aunque no paso de los 25) simplemente no hacen eso. Claro, lo de Gorey son como cómics, como cuentos ilustrados, pero no son los X-Men, por ejemplo, y no es que tenga algo contra los mutantes. Pero, ¿es que los niños de ahora comienzan con Gorey? ¿Y a los 13 dominan a los situacionistas, ya no decir a los existencialistas enteros? ¿Y a los 25 ya leyeron completo e Crowley? No sé, creo que ya no les conozco.

Estoy alargándome mucho. Sorprendido como ya se nota, le hice conversación al niño, forzándolo de buena manera a quitarse los audífonos del iPod. Le pregunté sobre Gorey. Respondió. Desdeñó a Tim Burton porque era sólo un copión. Habló de su abuelo, de aviones, de trenes, de The Clash (¡¡!!) porque su primo mayor le había dicho que eran mucho mejores que Green Day y de guitarras (Gibson y Fender, pero no tenía mucha idea de Rickenbackers.) Y, luego, sin disculparse, se puso de nuevo los audífonos y consideré poco apropiado interrumpir por segunda vez lo que estuviese escuchando. Posiblemente The Clash. Ojalá.

Otra vez que viajaba, aunque mucho más cerca, decidí llevarme un viejo DiscMan Sony que tengo por allí. No lo uso nunca, pero como no tengo iPod y decidí que no quería ver las películas que ponen en los autobuses, lo cargué. Sería un viaje de apenas dos horas. Metí un par de discos a mi bolso de cartero y a viajar.

Uno de los discos era el Standup Comedy de Woody Allen en Rhino. Ya saben, una selección de clásicos chistes de su primera etapa, The Moose y Oral Contraception y The Vodka Ad y... A medio disco, el track 11 o algo así, yo ya no podía contener la risa. Al lado de mi viajaba un señor de unos 50, de sombrero y camisa de franela, hombre de campo con manos curtidas, blah blah. Y comenzó a verme extraño. Yo reía con los audífonos puestos y el señor no pudo resistir preguntarme, como yo hice con el niño, de qué se trataba todo aquello.

-De Woody Allen.

Y él no entendía nada. Así que ahí me tienen, explicándole quién era Woody Allen, contándole un par de chistes, describiéndole a un neoyorquino bajito, judío, neurótico y todo eso. Y el señor comenzó a reir. Como yo, a carcajadas. Sólo de imaginarlo. Woody Allen haciendo reir, indirectamente, a un hombre de campo que nunca había escuchado hablar sobre él y que seguramente nunca verá ninguna de sus películas, ni leerá ninguno de sus libros. Que me jodan, pero eso es magia.

Those who find they're touched by madness, sit down next to me.

sábado, 23 de mayo de 2009

10. Another Saturday Night...

...and I ain't got nobody.

Debo confesar algo. Soy de esos que han hecho su propio bootleg de SMiLE, el disco "perdido" de Brian Wilson. Puede que no signifique nada para algunos, pero para el buen entendedor, es un síntoma elocuente de... no sé, de lo que sea que tengo yo. Les cuento.

Brian Wilson, ese regordete genio californiano, para muchos destructor del surf, barroco hacedor de pop, compositor implacable y creador de las armonías vocales más distintivas de la América sixties, tomó demasiado LSD y en 1967 su cerebro quedó frito. Loco. Mal. Peor. Y nunca pudo terminar su obra maestra, su suite de los cuatro elementos, el disco que iba a superar a Pet Sounds y a todo álbum de la época y de la historia: SMiLE. De entre todos los títulos posibles, SMiLE. Algunas canciones del disco comenzaron a aparecer en discos subsecuentes de sus Beach Boys (sin él) y algunos discos piratas comenzaron a surgir de la nada, con grabaciones de estudio de las sesiones. ¿Voy bien?

Bueno. Hay trainspotters, coleccionistas de estampillas, de mariposas, de billetes. Y a mi me dio, hace unos años, por coleccionar SMiLE. Loco. Enfermo. Do You Like Worms? y Wind Chimes y Heroes and Villains en varias versiones y Surf's Up que es y será siempre mi favorita y Good Vibrations con variaciones en la letra y Cabinessence y Vega-Tables y Child is the Father of the Man y Wonderful (one-won-wonderful) y You Are My Sunshine y She's Goin' Bald que luego salió en Smiley Smile y...

Lo particular es que todo ese mundo tenía sentido. Quien coleccione cosas debe saberlo. Como ese sujeto que colecciona bottle-caps, corcholatas de todo el mundo. Puedes decir que es una pérdida de tiempo, de dinero. Pero, hey, lo vale. Yo lo sé.

Hoy, Another Saturday Night, estoy, de nuevo, sólo en casa con Sam Cooke. Es buena compañía. Sam Cooke sonando en el tocadiscos, girando a 33 1/3 revoluciones por minuto. Sin mejor cosa que hacer que ponerme a revolver en mi colección para armar una playlist que dure hasta la mañana. Tengo una botella de vino, un ventilador, una microwave dinner y mis discos. Y buscando, encontré. Encontré tres cintas, todas etiquetadas con la palabra SMiLE, todas con distintas versiones de lo que pudo haber sido SMiLE. Un disco perdido encontrado a mi manera, arbitrario, adaptado por mi para tener sentido. Un pasatiempo, tal vez, que olvidé por algunos años y que hoy, Another Saturday Night, recupero.

SMiLE, en versión oficial, fue lanzado en 2004. El fin, de cierto modo, de las especulaciones, los bootlegs, las controversias. Brian Wilson y su hijo pródigo. Y, claro, tengo el disco. Lo sé de memoria. ¿Y mis bootlegs, mis propias versiones? Desde entonces, empolvándose. No más.

Estas cintas son algo más. Son un momento autobiográfico. Una instamatic de esos momentos, el recuerdo de la casa llena de cajas de aquella chica a la que yo quería, de veranos bastante felices, de descubrimiento, de los primeros catálogos de discos. La época en que las cosas aún podían ser impresionantes y teníamos permiso de asombrarnos. ¿Verdad que aunque no estabas al tanto de SMiLE en realidad tiene sentido? Sí, lo admito, es algo demasiado anorak, no-normal. Pero tiene sentido.

Es como lo que decía John Cusack discutiendo Alta fidelidad. Hay momentos en que las canciones hacen que el dolor tenga una trascendencia. Supongo que tiene razón.

martes, 19 de mayo de 2009

9. Tea and Sympathy.

El Unabridged siempre ha sido un tipo raro, más raro incluso que todos nosotros. Más que todos.

¿Por qué digo eso? Porque si lo conocieran... Es un sujeto culto, eso sí. Ha sabido utilizar el tiempo libre del que dispone en consumir música, televisión y videojuegos, aunque no necesariamente en ese orden. Y tiempo le sobra. Vamos, que es el desempleado más desempleado que conozco, pero que aún así se sale con la suya.

A veces me recuerda un poco a Kyle Gass en The Pick of Destiny, la pelí de los Tenacious D que, la verdad sea dicha, es para partirse de risa. El tipo recibe un cheque mes a mes y miente diciendo que son regalías de una canción que escribió. En realidad, era un cheque que sus padres le enviaban para que pagara la renta, mientras él -calvo, gordo y viejo- aún seguía intentando ser una estrella del rock and roll.

Bueno, el Unabridged ni es calvo (lejos de serlo) ni gordo (aunque cada vez se acerca más a serlo) y tampoco puede considerársele un viejo, aunque es unos tres años mayor que yo. Pero igual recibe ayuda paterna para la renta y en lo demás quién sabe cómo hace, pero se da unos lujos tremendos. Siempre tiene té (buen té) para sus invitados, videojuegos nuevos, libros que se encuentra quién sabe donde (pero que siempre tienen pinta de nuevos) y cuando salimos paga sus cervezas y vaya que sabe empinar el codo. Eso sí, brindar es pecado para él. Y eso que ha visto Withnail and I.

A veces, hace un par de años quizá, pasaba prácticamente los fines de semana, enteros, en su apartamento. Veíamos películas (estrictamente cult, ortodoxamente camp), escuchábamos discos sentados en el suelo y bebíamos té. O cerveza, una tras otra. A veces iba yo solo, a veces iba con Quant, a veces estaba allí una amiga suya que nunca me cayó bien por siempre querer hacerse la interesante y a veces cabía toda una fiesta de veinte-o-veinticinco personas en el pequeño apartamento de sala, cocina y habitación realmente pequeña. Buenos tiempos.

Hay buenas anécdotas con el Unabridged. Como aquellas borracheras épicas en las que yo terminaba dormido en su sofá, el más incómodo del planeta, pero él terminaba dormido en la regadera, con el agua corriendo. O cuando se disfrazó como una prostituta y le quedó muy convincente. O cuando descubrimos en un basurero una caja llena de discos de vinilo que luego repartimos entre los dos, sin dejar de pelear por alguno realmente interesante o valioso (me ganó uno de J.J. Jackson que, sin embargo, pude conseguir luego.) Ese tipo de anécdotas, que luego él exageraba.

Eso es algo muy propio de él. Es decir que cuando el Unabridged te cuenta algo, hay que creerle la mitad, la menos verosímil por cierto, porque es un genio inventor de historias. Por eso cuando poníamos a los Stones o algo así que ya nos sabíamos más que de memoria, la cosa se ponía buena, porque cuando la música no exigía toda la atención se ponía a contar unas historias tall que cualquier jodido literato envidiaría. Como aquella de las avestruces en la avenida Francia o la broma de las call-girls o...

Ese es el Unabridged, más o menos. Un tipo que con los amigos is the Shit pero que es implacable con los desconocidos. Una chica en la escuela una vez me preguntó que por qué sólo salía con gente rara. ¿Rara? La rara eres tú. Rara porque, hey, puede ser que ignores a los Buzzcocks pero nunca a los Clash. Que no te suene Ornette Coleman pasa, lo comprendo, vamos, pero ¿John Coltrane? Ya no pido más: Satchmo, por Dios, ¡aunque sea el buen Louie! ¡Ese debe venir en tu libro de historia! Esas cosas importan. ¿No? Sí. Creo que sí. Is there Life on Mars?

Es que tú no tienes pinta extraña, quiso argumentar ella. No sé si fue un cumplido.

Porque, eso sí, hasta en la pinta el Unabridged siempre ha sido un tipo raro, más raro incluso que todos nosotros. Más que todos.

lunes, 11 de mayo de 2009

8. Kind of Blue.

Y entonces alguien (un amigo, amiga, el doctor, alguien en la calle, qué más da) me preguntó cómo me sentía.

-¿Que cómo me siento...?

Como un gol encajado... Como el bueno de Chaplin desairado en la cena de Año Nuevo en La fiebre del oro... Como llegar a la tienda de discos y descubrir que el disco que habías cambiado de estante para que nadie te lo ganase porque cuando lo viste no llevabas suficiente pasta ya no está... Como descubrir que el disco que compraste de segunda mano tiene un brinco justo en la canción que más te gusta... Como derramarte el licor sobre tus mejores pantalones... Como pisar un charco negro con esas impecables desert boots... Como rasgar accidentalmente tu playera favorita, la de la discográfica rara, la de la banda favorita, la vin-ta-ge... Como perderse por un día lo nuevo de Woody Allen en el cine porque la han quitado al ver que nadie iba... Como un libro decepcionante que costó la quincena entera... Como haber perdido aquel libro de Groucho Marx al prestarlo a una chica que se quería impresionar y que luego se largó del país... Como que la chica se largase del país... Como el segundo de los Stone Roses... Como Batman con Val Kilmer... Como The Jam sin Paul Weller... Como el Motel Lorraine tras el magnicidio... Como Polanski al llegar a casa... Como un 78rpm que cae al suelo de cemento... Como un blues standard en manos de Eric Clapton... Como Holden Caulfield bailando con las tontas que no sabían hacerlo... Como jazz fusión... Como el centro de la ciudad a las 5 de la mañana... Como la Rolling Stone de ahora...

No puede quedar más claro.

jueves, 7 de mayo de 2009

7. Jackie Wilson dijo.

Quant me invitó a salir este fin de semana, porque pintaba -en sus palabras- "torpe y triste." El fin de semana, no yo. O tal vez. Y cómo no, con la ciudad vacía, los amigos con sus trabajos y sus deberes y sus novias y Quant y yo sin plan alguno. Yo tenía un poco de dinero destinado a los discos de la semana, así que le propuse ir por el centro a buscar vinilo viejo en librerías ancianas y polvosas y luego terminar en alguna mala tienda de CD's. De ese modo, si no lográbamos encontrar ningún plástico negro decente, al menos podría consolarme con un posavasos de oferta. Ahí tienen mi droga.

Desde el viernes quedamos que yo pasaría por su casa a eso del mediodía del sábado para ir al centro. De paso, compraríamos tela para un vestido que quería hacerse y quemaríamos calorías. O eso dijo ella. Acordamos también que nos iríamos por allí a beber algo en algún bar de tercera y buscaríamos -móvil en mano y dedos escribiendo textitos a mil por hora- alguna fiesta en la que pudiésemos colarnos.

Pero nada sucedió. El sábado temprano Quant me llamó, diciendo que se sentía indispuesta. Lo que me faltaba. Pero, total, que para buscar discos es mejor ir solo porque así voy a mis anchas y decidí partir de inmediato, pasando -claro está- primero por la ducha, la farmacia (para comprar aspirinas, una botella de agua y chicles) y por un puente peatonal que me gusta, no pregunten por qué.

Toodle langa langa... Toodle langa lang...

Lo de los discos fue bien. En la primera librería había un LP casi nuevo de los Moody Blues y en la segunda un single de Sly & The Family Stone. En una tienda de parafernalia jipi me encontré con unos cedés usados de los Beastie Boys (esos jipis tan versátiles) y en la última librería entré ya cansado pero consciente de mi deber de no dejar ni un solo resquicio libre por donde pudiera colarse un buen disco.

A esta librería, atendida por un viejo que ni escuchaba bien ni veía bien ni hacía mucho sentido, se entraba por una puerta estrechísima y bajita, por lo que pasaba desapercibida. Entré y había montones de libros apilados, ningún orden y cajas, cajas, cajas. Le pregunté al anciano si vendía discos y a la sexta o séptima vez, entendió y señaló unas cajas en una esquina, detrás de montones de periódicos amarillos.

No haré más larga la historia. Elipsis: abrimos las cajas; había cerca de 100 discos y los revisé uno a uno; el viejo fue paciente, porque no tenía nada mejor que hacer que verme removiendo el polvo de los discos; al final me llevé 20 y me dijo que le diera uno de cien.

De esos 20, 15 son para mi. Los otros 5 son copias idénticas de un EP de Jackie Wilson que trae Higher and Higher que ya tengo, pero que igual me llevé. ¿Que para qué lo quiero cinco veces? Para regalarlo. A los amigos, así que ni lo pienses.

Toodle langa langa... Toodle langa lang...

Y, estás en lo correcto, fue un sábado de quedarse en casa. Bebiéndome el mejor cocktail: Otis, Jackie Wilson y Sam Coo-oo-ooke...

domingo, 26 de abril de 2009

6. Mis-Shapes.

Hoy fue un día de estar recordando. Y cómo no, si me visitó Quant. Ella y latas y latas de Coca-Cola y una botella de Jack Daniels que tenía guardada para una ocasión especial. Y, carajo, siempre encuentro ocasiones especiales para mojar la garganta.

Quant es mi amiga. Siempre lo ha sido. Digo siempre porque, al menos, cuando la cosa lo amerita para bien o para mal ahí está ella. Hace unos ocho años que nos conocemos.

Fue en el colegio, claro, ¿dónde más? Ella llevaba el cabello muy corto y de colores y abrigos extraños y Doc Martens y unos lentes gigantescos que, a pesar de todo, eran lo que más llamaba la atención. Parecían salidos de una mala película de ciencia ficción de serie B, directo de un episodio del Mystery Science Theater 3K. No recuerdo qué llevaba yo, seguramente un cuello de tortuga viejo y vaqueros y... no importa. De lo que sí estoy seguro es que llevaba el cabello un poco más largo que ahora. El punto es que me acerqué porque alguien con esa pinta era o una tremenda farsante o alguien que sabría una cosa o dos sobre las cosas que importan.

Comenzamos a hablar de música, claro, y no sólo porque es esencial, sino porque llevaba unos audífonos y eso dio pie a la conversación. Iba a ser fácil. Y yo decía Undertones y ella Voodoo Glow Skulls, luego yo decía The Neon Boys y ella Ramones... estaba claro que íbamos a llevarnos bien.

-Soy 1966. Mira, lo dice mi credencial.
-Yo Quant. Lo digo yo.

Sólo nos veíamos en el colegio, en los pasillos y en las horas muertas. Una vez hasta compusimos una canción sobre pleuras frágiles, ella la letra y yo la música porque ese día cargaba mi guitarra. Las conversaciones sobre The Mekons (yo) y Fugazi (ella) o The Cramps (yo) y Messer Chups (ella), claro, luego tuvieron sus ecos en terceros que, ocasionalmente, tenían buena conversación, pero se iban abrumados por entender la mitad de lo que decíamos. Pero entonces llegó el Unabridged, un tipo bien peinado y con una casaca militar impecable, bramando cosas sobre The Stooges y Los Nikis y fue imposible dejarle de lado.

Tres stooges, definitivamente. Hablando en los pasillos de Pulp (yo), Kenickie (ella) y Suede (él.)

La cosa no se quedó así. Luego se unió Nomiya. Ella vestía siempre con pantalones baggies y llevaba un gran fleco cubriendo parte de su cara. Su aspecto oriental engañaba un poco pero siempre llevaba en su bolso ejemplares de la NME que recibía por correo. Eso y que pusiera a Goldfrapp por sobre todas las cosas no me dio buena espina, pero conociéndola era una chica genial; teníamos a los Libertines en común y a Otis Redding (¡vaya noticia que a alguien apreciara a Otis!) y el bubblegum sesentero y Belle and Sebastian y...

Y luego llegó Zinedine -apodado así por el jugador, claro- con su cabeza rapada y camisas a rayas y sus Adidas Samba que nunca se quitaba y nos mareaba hablando de The Fall y de programas cutres de televisión y de comida rápida y de James Brown así que también coincidimos y cómo no.

Vaya grupo de mis-shapes, mistakes, misfits...

En esto estábamos Quant y yo cuando nos dimos cuenta de que se nos habían acabado las Coca-Colas y el Jack y que el disco que estábamos escuchando ya se había acabado desde hacía ya un rato. Y ese tiempo del que hablábamos ya también se nos había acabado. Aún hay cosas por venir, porque todos seguimos viéndonos aunque no igual que antes, pero definitivamente ese tiempo ya no está.

Lo que sí, Quant, es que hay que dar vuelta al disco. Que, no te preocupes, sólo se ha acabado la Cara A. Aún queda todo un lado por escuchar.

lunes, 20 de abril de 2009

5. We're A Winner.

Hoy por la tarde (qué calor, qué tarde) pasé por el bazar de la Avenida que me gusta. Lo único es que con este clima subir esa calle que va en pendiente para poder llegar a la Avenida es tremendo. Ya en el lugar, y sólo porque sí, hice que el dependiente conectara un Electone que tenía a la venta para saber cómo sonaba. Y sonaba muy bien. Lástima que no estoy como para comprar un Electone, que si fuese... ¡Y no! ¡No toqué A Whiter Shade of Pale!

¿Qué toqué? Lo que sea. 96 Tears, cagón. La intro.

Pero no era el punto. En una esquina del lugar -siempre hay cosas interesantes en las esquinas de los lugares, ¿que no?- había muchos discos, amontonados, pero amarrados en paquetes de 30, misteriosos stacks de plástico negro esperando ser liberados. Ni tardo ni perezoso.

Que si fuese...

Y fue. En uno de esos paquetes, apretujado entre un disco de Pink Floyd que nadie debería de tener y uno de Queen que tampoco, estaba ese disco. No, no era una rareza. No, no encontré el jodido Santo Grial. No, no es el disco que podría vender y comprarme el Electone con lo ganado. Pero era mi disco favorito de cuando tenía 15.

¿Y no debería de tener ya mi disco favorito de cuando tenía 15? Sí, cagón, sí. Y lo tengo. Pero -mea culpa, shame on me, lo que sea, pues- en "cedé." ¿Qué? Sí, venga, qué más da. A los 15 compré el cedé y lo escuché hasta dejarlo inservible y para traerlo por ahí y luego un día lo encontré en una feria pero era la funda y uno de los dos discos (que es doble, adivina) no estaba allí, tenía otro disco adentro de la funda y a quién carajos se le ocurre poner un disco en una funda que no es suya y más aún venderlo así y luego lo he buscado pero siempre que lo encuentro estoy roto y sin un cinco y...

No hay pretexto, cagón. Que no lo tenía. Pero, ¿sabes? We're a winner. Porque lo encontré hoy. ¿Y sabes? Cuando pagué el paquete de 30 discos, muy amarrados, muy apretados, pagué lo mínimo. Haciendo cuentas, no quieres saber cuánto me costó mi disco favorito de los 15, que bien podría ser mi disco favorito de todos o tal vez no, pero definitivamente fue el que lo inició todo. Todo.

Justo ahora está sonando. Como cuando tenía 15. Qué más da. Que si fuese... Esas cosas le hacen a uno el día. ¿Qué hice con el de Pink Floyd y el de Queen? Pues por ahí están, también. Y los otros 27 discos. Qué importa. Tengo mi disco. ¿Los quieres? Te los doy.

We're a winner...

lunes, 13 de abril de 2009

4. Steiner y Marcello.

Hay una escena en La dolce vita que me fascina y me deprime a la vez. Marcello llega a la casa de Steiner. Hay una reunión, una fiesta. Hay gente tirada en los suelos, una cantante, un hombre que exhalta las virtudes de la mujer oriental contra la frialdad de la occidental, caras con gestos irreales y una grabadora de sonidos, de carrete. Las mujeres, los hombres... los niños en piyama. Esos niños. Se ven tan felices y cuando miras la película por primera vez ni te esperas lo que les va a suceder...

Marcello sabe que quiere una casa así y una vida así. Marcello está más confuso que nunca. Pero no lo sabe. Marcello habla con Steiner, a quien ha visto otras tres o cuatro veces, nada más. Steiner le ve y le basta para saber muchas cosas. Steiner le dice:
"No seas como yo. La salvación no se encuentra entre cuatro paredes. Soy muy
serio para ser un diletante y muy amateur para ser un profesional. Incluso la
vida más miserable es mejor que una existencia protegida en una sociedad
organizada donde todo es calculado y perfecto."
Y la fiesta sigue. Con esas ropas, esas mujeres, esos lugares. Sigue la dulce vida de las calles de plata, de las cámaras, de las sórdidas mansiones y las cacerías de fantasmas, los titiriteros desquiciados del mundo. Esas situaciones en las que uno nunca estará. Y el deseo... El deseo de lo que no se tiene y nunca se tendrá. Pero posiblemente Steiner tenga razón. ¿La seguía teniendo cuando cometió la atrocidad que da un vuelco horrible a la película (¿el título más irónico de todo el cine?) y a la vida de Marcello? El tedio del que tiene sin buscar. The spleen.

El hambre del que busca sin tener. The blues.

martes, 7 de abril de 2009

3. Las ciudades.

La ciudad en la que vivo es muy extraña. Es de fábricas, así que es sucia. Es de obreros, así que puede ser bastante agresiva. Es de día, por lo que la noche suele ser incomprendida. Y es de provincia, por lo que está anclada en costumbres extrañas que a veces son reconfortantes y a veces desquiciantes. Así pasa.

Vivo en la ciudad porque nací en la ciudad. Tampoco es que haya luchado desesperadamente por irme ni nada. Estoy bien en la ciudad. No soy feliz, pero tampoco lo contrario. No soporto bien la playa, el campo me pone nervioso y las otras ciudades son buenas, pero no dejan de ser ciudades, así que me he quedado acá. Si surgiera la oportunidad de irme, tal vez me iría. Pero tal vez no. Así la cosa.

En la ciudad hay ruido. Hay tiendas y autos por todos lados y el transporte público es terrible. Hay calles con potencial: son feas, pero podrían no serlo. En mi ciudad no hay mucho que presumir hacia afuera. Siempre perdería las comparaciones con otras, aunque tengo la teoría de que es porque los habitantes de las otras ciudades las defenderían a muerte porque se sienten igual que yo en sus lugares. No sé, tal vez.

La gente de la ciudad siempre parece ensimismada, pero no lo está. Sólo que involucrarse es peligroso.

Eso sí, en esta ciudad la ignorancia es grande y aferrada. Y a nadie le importa. Para qué. Vivir es fácil con los ojos cerrados. Nothing is real, tararará y todo eso. Encontrar buenos discos es difícil, por ejemplo; buenos libros, buenas cosas, tú sabes, hay qué luchar mucho para encontrarlas, para poseerlas, para consumirlas en esta ciudad. Eso sí que puede con mis nervios, a veces. Frustra. Con todo, hay algunos bares que son buenos (o los haces buenos tú, mejor dicho), una tarde en el parque no está mal, hay dos o tres edificios que podrían pasar por edificios de Ciudad de Mundo, monumentos muy extraños que se pueden justificar como surrealistas...

Y hay buenos amigos. Eso sí. Verdes, blancos, rojos, azules, negros y amarillos. Los hay púrpura, pero en menor proporción. Siempre hay una fiesta en alguna casa, así que vas conociendo la ciudad por fuerza de costumbre. Desplazarse se hace cada vez más difícil porque crece como endemoniada y sólo esparciendo terrenos, sin planeación alguna, pero vale, tampoco puedo quejarme. Pero igual vas a donde te llame una buena fiesta, a couple of pints, una buena colección de discos que escuchar y envidiar, una chica prometedora... Y, al final, eso es la vida, ¿no?

Por eso vivir en la ciudad no es tan malo. ¿Podría ser mejor? Sí. Pero -quiero pensar- todo en el mundo puede mejorar, así que no estamos tan perdidos. ¿O es que me he vuelto un conformista?

viernes, 3 de abril de 2009

2. Viernes por la noche...

Hola. Soy 1966. Soy music fan obsesivo, film freak, lector disciplinado, coleccionista indisciplinado de discos, empleado, trabajador miserable, maestro de música, cantante, cancionero, guitarrista, bajista, futbolista torpe, blogger, fotógrafo ocasional, escritor frustrado, caricaturista mediocre, diseñador competente, editor de fanzines, party animal, DJ de oldies, insomniac compulsivo, buen bailarín, romántico oligofrénico, obsesivo de la puntualidad, hago los mejores sandwiches del mundo y no sé ahorrar.

Tengo muchos discos favoritos. Elepés. Está Odessey and Oracle y Forever Changes y Sell Out e It's Smoke Time y Searching for the Young Soul Rebels y What's Goin' On y Piknik Caleidoscópico y The Songs of Leonard Cohen y Arthur y Smile y Ogdens' Nut Gone Flake y The Sect y Live At The Apollo y Night Beat y En El Club y Up The Bracket y Ole y Kind of Blue y 2 de Tim Hardin y...

...no sólo eso, soy fan del Northern Soul y del 2-Tone y del Mod Revival y del folk rock y de la psicodelia británica y del jazz y de John Lee Hooker y de Slim Harpo y del powerpop y del garaje más salvaje y, ¿ya dije Soul?, y Otis Redding es Dios y Soul On Fire de LaVern Baker es lo mejor del jodido mundo y me da lo mismo que pienses si te digo que Polly and Wendy de The Trend me parece un gran tema fiestero y me gustan los Happy Mondays (y qué, y qué, y qué) y no me gusta el Philly pero Living for the Weekend de los O'Jays es un himno y no sé por qué no hay más gente que escuche a The Minutemen y qué gran tema de los Dantalian's Chariot, isn't that the madman running through the fields... ¡Y no hay mejor llenapistas que You Don't Know Where Your Interest Lies con Dana Valery! Y...

...le voy al Barcelona y al Liverpool y al Guadalajara y al León que nunca subirá a la Primera División y me gusta ver rugby aunque casi nunca lo hago y una vez, de hecho, me rompí un dedo de la mano jugando al rugby y la cerveza oscura es la mejor y también las empanadas y las pastas y odio los frijoles y las lentejas y odio ver carreras de autos y...

...A es de Allen, Woody; B es de Baudelaire, Charles; C es de Chandler, Raymond y de Caicedo, Andrés; D es de Dickens, Charles; E es de Ecos de Sociedad; F es de Fleming, Ian aunque también cabe Fitzgerald, Scott F. y los hermanos French; G es de Gorey, Edward; H es de Hornby, Nick y Hollywood Babylon de K. Anger; I es de Ibargüengoitia, Jorge; J es de Jazz & Blues, Encyclopedia (hice trampa); K es de Kerouac, Jack; L es de La Trampa del Bulevar; M es de Mods! de Richard Barnes y de Murakami; N es de no sé; O es de Orwell, George; P es de Pekar, Harvey; Q es de Quino; R es de Ruano, Marcos; S es de Salinger, J.D. y de Shag; T es de Toole, John Kennedy; U es de Ulysses, unabridged; V es de... la Secta Violeta; W es de Wolfe, Tom y de Wilde, Oscar; X es de Generation X de Hamblett y Deverson; Y es de yeah yeah yeah cualquier libro de rock and roll (Cheater!); Z es de Zimmerman, Robert e hice trampa de nuevo...

...y he visto más de 5 veces: 2001: A Space Oddyssey y en realidad casi todo Kubrick pero ninguna como Dr. Strangelove y todas las de Woody Allen especialmente Stardust Memories; y el Ciudadano Kane y The Italian Job y 24 Hour Party People y This is Spinal Tap y Chaplin en The Gold Rush y los Monty Python y ¡por favor! Withnail and I y Head es la idiotez más divertida de toda la psicodelia ("from the producers that gave you Head") y Ralph Bakshi y su Heavy Traffic y La Planete Sauvage y la Nueva Ola y Jean Seberg y Monica Vitti y Anna Karina y Alphaville es lo mejor que la humanidad ha hecho me importa poco lo que digas y John Cusack sí es Rob en Alta fidelidad y El año pasado en Marienbad y Cuatro veces esa noche y Blowup versus Blow Out y Los 400 Golpes y debo ser un enfermo porque disfruté Manos: The Hands of Fate como un niño (y eso que no he visto la versión del MST3K) y El salario del miedo es el suspenso puro y Hitchcock y el film noir y M y...

...y...

¿Y de qué sirve?

miércoles, 1 de abril de 2009

1. Wednesday Evening Blues.

Perder es una costumbre. La única que, parece, logramos conservar. Al menos, creo, soy un buen perdedor: al lado de la PC, sobre el escritorio, hay un libro de comics de Harvey Pekar, un VHS con Withnail and I grabada y frente a mi, colgando de la pared, un afiche de Manhattan de Woody Allen. Beautiful losers. Y lo que suena...

Top 5 para el día:
1. John Lee Hooker, Wednesday Evening Blues.
2. Terry Manning, Guess Things Happen That Way.
3. Jimmy Ruffin, What Becomes of the Brokenhearted.
4. The Kingstonians, Sufferer.
5. Blind Faith, Can't Find My Way Home.

Nada mal. Si al menos tenemos esa costumbre de perder, hay que hacerlo con estilo. Con música. Creo que mi cabeza no hay más que eso. Música, películas, libros... Sí, sé que no soy muy original y que al leer esto debes estar pensando otro más de esos. Pues sí. Qué le vamos a hacer.

Es el mal de las ciudades. Y yo amo las ciudades. Amo su ruido y su vértigo y he aprendido a vivir con el pánico que me producen las calles; a ver dandies elegantes recargados de los postes en las esquinas, cuando en realidad es un oficinista esperando el camión; a escuchar a la Próxima Cosa Grande en la banda que ensaya a dos casas, en el local desocupado, aunque suenen peor que el motor de un autobús urbano subiendo la carretera a Cerro Gordo en tercera (seguro eso decían los vecinos de los Electric Prunes.) La ciudad es más emocionante que nada, sin sarcasmos ni dobles sentidos. De verdad.

La costumbre de perder, sin embargo, da sabor a lo que no lo tiene tanto. El café de la mañana se vuelve indispensable, por ejemplo. Las cervezas de la noche del jueves en la barra con Don Gato, el bartender, hablando de John Mayall son para desear que se joda el Paraíso. Que se cuele una canción de The Clash en la programación de Radio Recuerdo (o como putas se llame) mientras suena en el transporte ya es un triunfo que, aunque no es propio, se siente como tal - ¡y es que al iPod yo me niego!

Aunque la vida de ciudad precisamente también da al hecho de perder un toque de dramatismo con el que no se puede lidiar a veces: ver perder a tu equipo de fútbol, que no haya The Clash ni por error durante semanas en Radio Recuerdo, perder la subasta online de aquel ansiado disco de último minuto, que la máquina del café se descomponga... ¿De qué escribiría Shakespeare de haber vivido en una ciudad como esta?

Porque esta es una ciudad terrible, con su encanto. Mezquina, ignorante y ciega. Como casi todas las ciudades, creo. El Tercer Mundo con miras al Primero pero sin posibilidad de alcanzarlo. O algo así. De esas cosas no hablo. Sólo sé que acá para comprar discos de vinilo hay que escarbar en bazares o pedirlos overseas; que no hay producción fílmica, y si la hay es espantosa; que hay dos canales de televisión y si alguien de verdad los ve es por oligofrenia o aburrimiento extremo (uno sale de fronteras a veces, en esta vida de ciudad, si no, believe me, no estaría escribiendo acá); si hay más de cinco personas en esta ciudad que han visto Withnail and I (ya no digamos recitar líneas de la película) que me jodan. Esos cinco, de todas maneras, son mis amigos; no podría ser de otro modo. La otra vez, en una proyección de This is Spinal Tap había 15 personas, sin contarme. Nadie reía. ¡Nadie ni siquiera entendía un chiste! Un sujeto en primera fila incluso portaba una playera de AC/DC y sólo sorbía de su Cocacola, sin inmutarse. ¿Malentiendo yo las cosas o las entiendo demasiado bien como para saber que eso no sólo no es normal sino es preocupante? ¿O es que he cruzado otra frontera?

Como sea, adoro esta ciudad, pero me frustra. Y todo a la vez. Como la canción de Charles Aznavour que gustaba a mi abuela, tu m'exasperes tu m'tiranisses pero al final ama a la chica como a nadie. Así es el mundo. "El mundo de hoy", diría mi abuela. Yo creo que el de siempre. Pero ahora las cosas se hablan y la información fluye y nos confunde más. Y no hemos aprendido a ajustarnos a los tiempos, creo. El tiempo está en el XXI pero nosotros seguimos en el XIX. Y sin ganas de salir. ¿O acaso han sido tantos miles de años de Evolución para poder llegar a hacer esa mierda que suena en la radio? ¿Verdad que no?

Como sea, mañana es jueves y hay que levantarse. Porque acabo de ganar una subasta en línea y hay que trabajar para pagarla. Para ganar, aunque sean estas pequeñas grandes victorias, hay que perder mucho. Lo malo es que se vuelve costumbre perder...